Desintegrando el sufrimiento

Imagénes: Toya Pérez y María Fariñas. Modelo: Adriana Fariñas.

El sufrimiento es necesario hasta que te das cuenta de que es innecesario. Eckhart Tolle

El sufrimiento acompaña al ser humano desde el origen de los tiempos. La actualidad no es demasiado diferente. Nos creemos más evolucionados, más tecnológicos, más todo, pero seguimos sufriendo.  Somos seres vulnerables y el dolor y la muerte asoman por doquier.  Los índices de suicidios son alarmantes y el consumo de psicofármacos bate records. Nuestros cerebros diseñados para sobrevivir no dan abasto con la cantidad de peligros, injusticias y desastres que ven y cuando vivimos en la identificación con la mente es muy probable que nos demos un plus de sufrimiento.

Dolor no es igual a sufrimiento. El dolor tiene una función, pero el sufrimiento es inútil… salvo que nos ayuda a despertar y nos hace darnos cuenta de que es innecesario. El dolor nos señala donde mirar, el sufrimiento nos enreda en un dolor. Tanto si tengo daño físico o emocional dolerá, lo que a ese dolor añada mi mente será sufrimiento. Proviene de un funcionamiento mental de rechazo continuo a lo desagradable, a la aversión de todo lo que no es como debería ser según mis patrones mentales y consiste en “echar leña al fuego”, culpando, atacando, criticando, victimizando…

Las formas infructuosas de querer desprenderse del sufrimiento son múltiples: desde la narcotización con sustancias varias o el escapismo emocional, hasta la lucha sin descanso contra todo lo que no encaje con mi ideal de realidad, lucha que además de infructuosa, nos desgasta y enfada, sumiéndonos en un pozo de insatisfacción profundo y continuo.

Y ese patrón o esquema mental, ese ideal de realidad, tiene mucho que ver con el piloto automático, con creer que somos el pensador, en resumen, con vivir identificados con el ego. El ego siempre cree tener razón, siempre cree saber lo que conviene, pero cuenta con una buena cantidad de creencias que filtran lo que ocurre, pensamientos repetitivos y emociones condicionantes que se acumulan en relación y como respuesta a todo lo que hemos vivido e interpretado.  Y como además en un mundo hiperconectado es fácil encontrar apoyo en otros egos, se alimenta la sensación de “tener razón”.

Cuando nos proponemos hacer consciente este contenido mental, es cuando comenzamos a desmontar el sufrimiento que acompaña a lo que sucede.  El dolor, por mucho que intentemos evitarlo, es nuestro compañero de viaje, surge en inesperadas formas y situaciones y nuestra actitud ante el mismo nos permitirá afrontarlo de mejor o peor manera.

En el momento que se llega a un punto de saturación de sufrimiento, cuando se desvanece la infantil ilusión de control de la existencia, cuando asoma la vulnerabilidad y la dependencia humana, aparecen nuevas posibilidades para vivir la vida y enfrentarse al dolor desde otra perspectiva:

  • Liberándonos de la identificación con el ego, con ese yo construido, fuente de sufrimiento añadido que juzga, critica y etiqueta lo bueno y lo malo. Tomar distancia de esa voz y saber que no somos esa voz, sino la presencia que la observa, implicará liberarnos también de la identificación con el dolor: tenemos dolor, pero no somos ese dolor.
  • Aceptando lo que nos hace sufrir,  sin negar el problema, pero sin enfadarnos con la realidad, porque la realidad ya está aquí y no va a ser diferente por mucho que nos resistamos. Aceptar no es resignarse, ni ser pasivo, ni admitir que algo es justo, o que alguien tiene razón… aceptar es madurar, es sabiduría que permite ver en profundidad. Dice el refrán “a lo que te resistes, persiste”,  y la resistencia genera sufrimiento extra.  Para aceptar será necesario sostener y atravesar la negación, la ira, la tristeza o la incertidumbre… todo lo que aparezca en el camino hacia el reconocimiento de lo que hay.
  • Alinearnos con el momento presente. Pretender cambiar el pasado o adivinar el futuro no dejan de ser quimeras que además de hacernos sufrir nos ayudan a perdernos la vida.

El dolor nos humaniza, nos moviliza, nos obliga a despojarnos de nuestras máscaras y a buscar nuestra verdadera identidad. Nos despierta, nos transforma, nos hace más sabios si sabemos ver que no somos lo que percibimos, pensamos o sentimos, que no somos nada de lo que podemos observar, sino lo que observa. Y que aunque nos afecte y pongamos los medios para gestionarlo, cuando lo vivimos desde la atención, desde la no identificación, desintegramos el sufrimiento añadido.

Para saber más:

Escalera, M.J. (2017) Expansión de conciencia. Madrid: Senda de Luz

Foster, J. (2016) La más profunda aceptación. Málaga: Editorial Sirio

Martínez Lozano, E. (2009) Vivir lo que somos. Bilbao: Desclée de Brouwer

Martínez Lozano, E. (2013) Crisis, crecimiento y despertar. Bilbao: Desclée de Brouwer

Tolle, E. (2003) El silencio habla. Madrid: Gaia

 

Llamando a torre de control…

Imagénes: Toya Pérez

El mundo no se puede comprender, pero se puede abrazar…  Martin Buber

No resulta fácil explicar con palabras lo que Enrique Martínez Lozano transmite en sus encuentros.  Quizás la palabra sea Paz, con mayúsculas, pero también humildad, amor, seguridad, sabiduría…

El pasado día 11 de abril, nos invitó a conectar con nuestro niño interior.  En ocasiones no somos conscientes de pequeñas o grandes heridas no cerradas, de cuestiones atascadas en la infancia que se manifiestan en nuestro presente en forma de sufrimiento, de conflicto repetitivo, de reacciones desproporcionadas, malestares…  Quizás no siempre nos sentimos valiosos, o a veces no supimos manejar ciertas emociones y se quedaron atrapadas en algún lugar de ese iceberg sumergido que es nuestro subconsciente.  Miedo, soledad, rechazo, culpa, inseguridad… gritan en la vida adulta pero surgen del niño que fuimos.

A través de la práctica meditativa podemos conectar con esos malestares, bien sean físicos o emocionales, tomar distancia, poner nuestra atención en ellos, permitiendo su presencia, relajando la tensión que producen y siendo compasivos con ellos, amándolos de la misma manera que amaríamos a una persona querida que estuviera pasando por ese dolor.  La neurociencia hoy ha demostrado que estos gestos son poderosos, que producen cambios en nuestros circuitos neuronales y en nuestra química cerebral.

El dolor nos endurece, nos tensa, es un mecanismo de defensa para protegernos, pero la propia tensión incrementa la sensación de dolor. La relajación es una herramienta muy importante que solemos practicar al principio de cada clase porque nos prepara para la meditación, nos ayuda a salir del hacer, del control, de la tensión que el día a día nos regala en forma de prisas, de un sinfín de tareas, exigencias –propias y ajenas-, perfeccionismos y “deberías” que a veces nos llevan a una vida sin vida.

Si ponemos un poco de atención a nuestro alrededor nos damos cuenta del sufrimiento que genera esta excesiva búsqueda de control, sobre todo si hemos estado atrapados por sus tentáculos durante mucho tiempo.  Control ilusorio, por otra parte, puesto que la realidad sigue su camino de manera inexorable y no aceptarlo es hacerle la guerra, es pretender cambiar lo que no se puede cambiar, negando el momento presente. Como el pasado jueves, cuando  Fernando me trajo a casa en moto después de yoga y me decía: «Tú relájate y déjate llevar, fluye con el movimiento, confía…». Sí, sí, confía,  enseguida percibes cómo en cada curva te tensas e intentas ¿frenar?¿conducir?

Esa ansia de control, de seguridad, de querer que las cosas sean de una manera determinada, forma parte de nuestro personaje construido, surgen de ese niño interior herido que se coloca una careta con lo que cree que le falta. El control nos da una falsa sensación de seguridad, nos ayuda a mantener una imagen, creemos que nos evita sufrimiento, y es al revés.  Consideramos intolerable la incertidumbre, la impotencia, la incapacidad de controlar o la falta de seguridad y actuamos para aliviarlos, para escapar de ellos, cuando precisamente la solución está en:

  • No huir,  no resistirnos a esos sentimientos
  • Aceptar ese miedo, ese dolor, esa ansiedad
  • Darnos cuenta de que la vida no siempre se ajusta a nuestros planes
  • Percibir que la realidad manda y que nosotros no tenemos el control
  • Ver las cosas como son, no como queremos que sean

Sin olvidar que aceptar no es claudicar, ni rendirse, ni mucho menos resignarse, ni estar de acuerdo, no es pasividad, ni desapego… es alinearnos con la realidad, sean nubes, olas, tormentas, luz u oscuridad.

Para profundizar:

Foster, J. (2012) La más profunda aceptación. Despertar radical en la vida ordinaria. Málaga: Editorial Sirio.