Foto: NickSweet
El regalo más precioso que podemos ofrecer a los demás es nuestra presencia. Cuando la atención plena abraza a nuestros seres queridos florecen como árboles en primavera. Thich Nhat Hanh.
12 de diciembre de 2016. ¿Recuerdas cuando ibas a clase y pasaban lista?: Fulanito De Tal: ¡Presente! Con esta sencilla palabra avisábamos de que estábamos ahí, al menos en cuerpo. La mente quizás estaba en el patio, en la movidilla que habías tenido con tu amiga, o la discusión con tu madre por la hora de llegada de esa fiesta del fin de semana.
El modo defecto de la mente es el divagar, el salto de mata, la ensoñación y distracción. Ese pensar puede derivarse en una emoción, y esa emoción provocar más pensamiento, retroalimentándose y llevándonos a actuar de una manera u otra. Si el pensamiento se sucede de manera más insconciente que consciente, sujeto a nuestro viejo sistema de creencias, nuestro comportamiento también podrá ejecutarse de manera incontrolada, y echaremos mano del “yo soy así” para justificarlo.
Otras veces es la emoción la que aparece primero y el viaje de nuestro sistema límbico a la corteza cerebral es rápido, hay autopistas multicarril para ello. En cambio el viaje de vuelta es más complejo. Seguimos con la carretera nacional que no se podía adelantar, ni correr mucho, de ahí que resulte difícil cambiar una emoción desde la razón. Ya nos lo explicó Daniel Kanheman en “Pensar rápido, pensar despacio”.
Mindfulness nos ayuda en la vivencia de la emoción:
- A dejarla venir, ser y comunicarse con nosotros.
- A sentirla, escucharla y relacionarnos con ella.
- A dejarla ir cuando su misión haya terminado.
Pero si te sumerges en estas emociones, permitiéndote a ti mismo tirarte de cabeza a ellas, hasta el final, por encima de tu cabeza incluso, las vives de una manera plena y completa… Reconozco esa emoción. Ahora necesito desligarme de esa emoción por un momento. Mitch Albom en «Martes con mi viejo profesor”.