Vivir el duelo

Escultura de Blas Martínez en Los Fayos (Aragón). 

Este fin de semana han tenido lugar las VIII Jornadas de Psicología Transpersonal y Espiritualidad en Tudela y hemos tenido el gusto de volver a disfrutar del formato presencial y del contacto físico que tanto bien nos hace.

El tema no ha podido ser más apropiado: Vivir el duelo. Duelo por muertes, por enfermedad, por rupturas, por dejar atrás una vida que ya no va a volver… son muchos los formatos en los que puede aparecer la necesidad de vivir o acompañar un duelo y tras la última época es una imperiosa necesidad hablar de ello.

Iosu Cabodevilla nos recuerda el tabú que construimos alrededor de la muerte. Evitamos hablar de ello porque consideramos que sufrimos más si lo hacemos y la sociedad parece empujarnos a evitar sentir dolor. Podemos verlo como un problema que puede atenderse a través de ciertas conductas o apoyos o como una condición existencial que no tiene cura y con la que tenemos que convivir como parte del ciclo vital, llenándola de consciencia e intentando no pelear contra lo inevitable. Releer la vida cerrando asuntos inconclusos, practicar el perdón-gracias-adiós, pueden ser grandes aliados en el final del trayecto.

Con este corto de Javier Recio titulado la Dama y la Muerte Iosu nos ayuda a reflexionar sobre si la muerte es siempre un enemigo a combatir o no…

Enrique Martínez Lozano nos invita a aprender a vivir las pérdidas de la mejor manera posible porque son inevitables, y en ocasiones, la pérdida viene en formato caída de paradigma. Rechazamos ideas que chocan con nuestras creencias y por ello nos cuesta reestructurar nuestro mapa mental y abrirnos a lo nuevo, pero cuando ocurre que todo en lo que creíamos y confiábamos se derrumba, pueden surgir culpas, tristezas y vacíos, sin embargo, al mismo tiempo, podemos abrirnos a nuevas formas de ver la vida mucho más enriquecedoras.

Ante una pérdida solo podemos elegir la forma en la que la enfrentamos:

Impresionante el testimonio de Ana Artacoz desde su silla de ruedas. Con una enfermedad degenerativa limitante por la que le pronosticaron que no viviría más allá de los 14 años (hoy tiene 47) y por la que murió su hermano en 2014, invita a revisar cómo nos enfrentamos a lo que nos pasa en lugar de enredarnos en lo que nos pasa. Con un enfoque logoterapéutico y a través de cuentos, nos empuja a:

  • Mirar de frente los problemas
  • Diferenciar lo que se puede cambiar de lo que no se puede
  • Ponernos manos a la obra con lo que se puede cambiar y aceptar lo que no
  • Colocarnos ante el sufrimiento con vulnerabilidad, mostrando nuestra fragilidad sin miedo y siendo auténticos

Pocas cosas son más terribles que la pérdida de un hijo y si además es por suicidio, la devastación suele ser total. Francisco Carcavilla y Jaime Costales nos hablan de esta experiencia en primera persona con diferentes enfoques para sobrevivir a esta experiencia.

Francisco ha encontrado en la expresión del dolor a través de la palabra su bálsamo reparador, así como en aportar su grano de arena activamente para que cambie la forma en que nuestra cultura se enfrenta al hecho de que cada día 11 personas se suiciden en España. Ocultarlo no es la solución, sino lo contrario. Es preciso enseñar que una solución permanente a un problema temporal no es el camino, e ir a la base, al apego seguro, a la educación emocional de las familias.

Para Jaime la arteterapia ha supuesto un alivio emocional en el proceso: la poesía, el análisis de sueños, dibujos… expresar aquellos sentimientos que quizás no es posible a través de la palabra, permitir que afloren emociones para sacar, desbloquear y ordenar el caos.

Jocelyn Huerta nos dirige hacia las rupturas en las relaciones poniendo encima de la mesa esas creencias que limitan la expresión de nuestra esencia: pensar que la pareja lo es todo, convertirla en nuestro único pilar, creer que es el único espacio donde desarrollar amor, adjudicar a la pareja responsabilidades que no corresponden o dejar que lo hagan con nosotros… desde este lugar una ruptura puede generar un desamparo enorme y en cualquier caso mutila nuestra potencialidad de amar y de crecer.

Anji Carmelo, tras una vida de acompañamiento en el duelo, nos regala un maravilloso decálogo para hacerlo:

  1. Saber que nuestras necesidades vienen primero
  2. Estar cuando realmente hace falta, atención a si demanda distancia o cercanía. No imponer nuestro querer ayudar.
  3. Personalizar: no hay dos duelos iguales y todos serán correctos
  4. Dejar que marquen el ritmo y extensión. Respetar el ritmo abriéndonos con sinceridad, cariño y suavidad.
  5. Escuchar sin opinar o aconsejar, dejar hablar.
  6. Comprender sin juzgar. Paciencia y presencia.
  7. Respetar la necesidad de soledad. Dejar llorar si es lo que surge, pero no forzarlo si no lo hace.
  8. No interferir en el proceso con consejos “tienes que” (salir, dormir, no dormir, comer, etc)
  9. Acompasarse: disponibilidad y seguir su ritmo
  10. Permitir el disfrute y el relax, según su momento y estado, no desde nuestras expectativas. Comprender los altibajos.

José Carlos Bermejo recorre algunos de los modelos interpretativos del duelo así como los tipos de duelo que podemos encontrar, unos más complejos que otros. Si hay un buen acompañamiento en el final de la vida, se facilita mucho el duelo, sin embargo, hay situaciones en las que esto no es posible y puede surgir un duelo complicado bien porque se cronifica, por la ambigüedad de la pérdida (alzheimer, desapariciones) o por otros factores que hacen que cada experiencia sea única.

Siguiendo el modelo de Worden anima a dar algunos pasos:

  1. Aceptar
  2. Dar expresión a los sentimientos
  3. Adaptarse al ambiente en el que el difunto ya no está
  4. Invertir energía emotiva en otras relaciones o causas

Es muchísimo más que estas breves líneas lo dicho y vivido en estas jornadas y este tema daría para mucho más. Aprender a morir nos ayuda a vivir y como cultura tenemos esta asignatura pendiente, porque es lo único que nos va a ocurrir seguro. Es hora de ir introduciéndola en nuestros currículos educativos…

Como siempre un especial gracias a Román Gonzalvo y a la Universidad de Zaragoza por hacer posibles estas jornadas y a mis queridos amigos Rocío y Txutxín por su hospitalidad y enorme generosidad. Si quieres conocer más sobre los ponentes puedes ir a la web de la Asociación Transpersonal Iberoamericana

La tradicional foto con mi querido Enrique Martínez Lozano 🙂

Con Román Gonzalvo y Alfonso Verdoy

 

Encuentro con la sombra

Hay una grieta en todo. Por ahí es por donde entra la luz. Leonard Cohen.

No hay desarrollo personal o transpersonal sin encontrarnos con la sombra. Y el encuentro con ese “yo” que no mostramos, con nuestra cara oculta, no siempre es agradable y fácil.

Este fin de semana hemos tenido el honor de volver a vivir la presencia de Enrique Martínez Lozano en Vitoria, precisamente para indagar en la sombra, esos aspectos inconscientes de nuestra psique que si no salen a la luz pueden repercutir de manera notable en nuestra vida y, sin embargo, esconden un tesoro de gran valor.

Mantener la sombra escondida, reprimida o negada consume mucha energía porque hace falta mucha tensión interna para mantenerla oculta. Conocerla, aceptarla y abrazarla supone, por tanto, una liberación sanadora.

Y no vamos a pensar que la sombra es “mala” o tenebrosa, lo que es doloroso es no conocerla o aceptarla. Hay una sombra formada por material disfuncional, aquellos aspectos etiquetados culturalmente como negativos, que hemos reprimido como efecto secundario a crear una imagen “aceptable” para salir al mundo (por ejemplo, la agresividad). Y además, hay una sombra “dorada”, de aquellos aspectos etiquetados como positivos, que contiene material funcional también reprimido, quizás porque, en su momento, no cabían en la imagen que queríamos dar (por ejemplo, la ternura).

En esa “trastienda” o “sótano” encontramos por tanto, todo ese material que desechamos en la construcción de una imagen que agradara, que fuera reconocida por las figuras de apego o la sociedad. Y en esa construcción interviene nuestra base genética, lo que gusta o disgusta a nuestros padres y la influencia del ambiente en el que nos movimos. Y el primer paso es reconocer que todos tenemos sombra, ya que es el precio a pagar por construir esta imagen “aceptable”, es inevitable porque es la otra cara de la luz.

Si la ignoro, nuestro autoconocimiento será superficial, nos creará tensión, estrés y agotamiento, proyectaremos fuera y nuestras relaciones se complicarán. Porque todo lo que admiro o me enamora, o todo lo que me perturba o crispa, en otras personas es parte de mi sombra. Y esto no siempre nos resulta fácil de entender… ver la mota en el ojo ajeno y no ver la viga en el propio es un clásico en la historia humana.

Al ser material inconsciente, no podemos verla de modo directo, por lo que tendremos que prestar atención a este plus emocional duradero y repetitivo, que nos despiertan determinadas personas o situaciones. Podemos no compartir una opinión, si además me “hierve la sangre”, hay sombra a liberar.

Enrique nos propone algunas preguntas para dar luz a esta “trastienda”:

  • ¿Qué me cuesta aceptar en mí y en los demás? Aquellos rasgos que he considerado inapropiados y no los he incluido en mi imagen construida, permanecerán agazapados en mi sombra pero los veré muy claros y me perturbarán mucho en otros. Y lo mismo con la pregunta: ¿Qué me atrae o admiro de los demás?
  • ¿Qué me pone nerviosa de fuera? Hilos de los que tirar para desenredar lo que ocultan.
  • ¿Qué imagen quiero dar y qué rasgos he de rechazar u ocultar para ello?
  • ¿Percibo en mí algún “demasiado”? ¿Soy demasiado buena, responsable, perfeccionista, obediente, alegre o dócil? El rasgo contrario estará empujando para salir de esa sombra.
  • ¿Ante qué reacciono exageradamente? El salirme de mis casillas será otra pista.
  • ¿Soy “anti” algo? ¿Qué hay detrás? La oscuridad no se vence luchando contra ella sino poniendo luz. Mejor ir a favor de lo que defiendo que en contra de lo contrario.

El trabajo consiste en dar luz, en asumir y aceptar lo que hasta ahora habíamos decidido ignorar, ocultar, negar o reprimir. Y no se trata de dar rienda suelta a esos rasgos ocultos o de justificarlos, tiene que ver más bien con la lucidez, con poner consciencia, con el gusto por la verdad y sobre todo con la humildad, con la aceptación de lo que veo al poner luz.

Será importante también el diálogo con los “yoes” que allí habitan: mi yo victimista, mi yo quejoso, mi yo enfadado, mi yo vago, abusador, mentiroso, roñoso… o mi yo tierno, talentoso y brillante. Darles voz y espacio.

Las consecuencias vendrán en forma de integración psicológica, armonía, paz, mejora en las relaciones, mayor creatividad, humildad, compasión y comprensión. El trabajo con la sombra aporta libertad cuando abrazamos esos demonios internos y amor porque dejamos de proyectar nuestras amenazas y temores reprimidos.

La aceptación de la sombra nos hace humanos, nos baja de un pedestal de imagen insostenible e imposible y nos conecta con esa humanidad compartida que somos cuando comprendemos que todos tenemos de todo.

¡Gracias Enrique por compartir de nuevo tu sabiduría!

Para saber más:

Martinez Lozano, E. (2016 ) Nuestra Cara oculta: Integración de la sombra y unificación personal. Narcea, S.A. de Ediciones

¿Ser o no ser? ¿Esa es la cuestión?

Imagen: Rony Michaud  en Pixabay

La pregunta: ¿ser o no ser?, puede ser uno de los cuestionamientos existenciales más famosos: vivir enfrentándonos a circunstancias vitales calamitosas o morir y “aparentemente” acabar con todo. Las preguntas trascendentes sobre la existencia han acompañado desde siempre a los humanos. En Hamlet la duda que se plantea tiene que ver con la inseguridad acerca de que lo que pueda venir después de la muerte, es decir, que huir de la vida quizás no sea mejor que las circunstancias que estemos sufriendo, así que igual más vale seguir “aguantando”.

¿Tiene sentido la vida? ¿Qué pasa después? ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿Dónde voy? ¿Cuestiones solo para filósofos?  ¿Espiritualidad? A veces el día a día nos come, nos parece que no hay tiempo para estos temas y la sociedad de consumo voraz no invita demasiado a la introspección. En ocasiones, la asociación con la religión nos puede hacer huir de preguntas profundas. Durante muchos siglos las religiones han podido ser – o pueden seguir siéndolo en algunas culturas- el poder dominante, infligiendo numerosas barbaridades en nombre de su “dios”, cada una asegurando que el suyo es el bueno, claro.  Y desde un punto de vista estrecho, considerando herejes a todos aquellos que cuestionen sus preceptos y extendiendo su poder a todo ámbito de conocimiento.

Este legado religioso ancestral junto con posibles experiencias traumáticas de una educación mal entendida, han podido contribuir a que en la construcción de nuestra identidad queramos distanciarnos lo más posible de la versión mística y nos coloquemos en el otro lado del péndulo, el de la razón, la erudición, el cientifismo y el materialismo extremo, considerándolos nuestra nueva “religión” y por tanto el nuevo poder que consideraría herejes a todos los que no lo sigan al pie de la letra.

Independientemente del lado del péndulo en el que nos coloquemos estaremos relegando el lado contrario a nuestra sombra, y no por eso desaparecerá, tomará diferentes formas en nuestra vida y no será fácil encontrar una existencia equilibrada y serena en ninguno de los extremos.

¿Cómo podemos ir entonces a ese punto medio en el que parecen estar las tonalidades más felices de la vida? La escala de grises puede tener que ver con descansar en el «no sé», con ver más allá de las apariencias, con cuestionar el «status quo» es decir, con revisar algunas de nuestras creencias:

  • Creer que solo existe lo que se puede apreciar con los sentidos. Si echamos un vistazo a la historia constataremos como gracias a la tecnología hemos ido siendo capaces de ver mucho más que lo que ven nuestros ojos, lo que nos tiene que invitar a ser humildes en lo que nos falta por descubrir, o en lo que quizás nunca demostremos por nuestras limitaciones humanas y que, sin embargo, seguirá estando ahí, como lo estaba aquello que antes no veíamos.
  • Creer que somos los reyes del planeta.  Es decir, creer que tenemos derechos sobre el resto de los animales, la flora o el agua. No nos viene mal de vez en cuando ubicarnos como un bichito más de la naturaleza a la que necesitamos y maltratamos como si no dependiéramos totalmente de ella y  que de seguir así en un futuro próximo prescindirá de nuestra presencia a través de virus… o de lo que haga falta.
  • Creer que somos solo un cuerpo. ¿Un robotito formado por partes sin conexión entre sí? Pensemos en esas veces que un estado de ánimo afectó a nuestra salud, por ejemplo, aquella época de estrés o cuando ese disgusto nos bajó las defensas… o aquella época en la que teníamos la motivación tan alta que nada nos paraba.
  • Creer que hemos venido a madrugar, trabajar, comer, ver la tele, dormir y así sucesivamente hasta la muerte. Tenemos un cerebro programado para la supervivencia, pero si salimos de la inercia del piloto automático nos daremos cuenta de que podemos disfrutar de cada instante de una manera plena y experimentaremos la maravilla que es estar vivos en este planeta.
  • Creer que somos cuerpos humanos, algunos de ellos espirituales, en lugar de sabernos seres espirituales en una experiencia humana. Cuando renegamos de nuestra esencia espiritual, porque no encaja con la identidad que queremos construir, porque no es racional – es decir “inteligente”-, porque lo asociamos a los curas o monjas que no nos gustó como lo hicieron o por la razón que sea, inconscientemente estamos negando lo que realmente somos, nos alejamos de nuestra verdadera identidad y por mucho que lo hagamos no dejaremos de ser seres espirituales, solo que desconectados de nuestra esencia.

Tenemos un vehículo, un cuerpo, que tiene emociones, que tiene pensamientos, pero podemos observar todo eso desde una conciencia más amplia. Solo cuando nos dejamos de identificar con lo pequeño, nos damos cuenta de esa grandeza que somos. Y ser espiritual no es ponernos una túnica y cantar mantras, ser espiritual es ser conscientes y saber que hemos venido a tener una aventura humana para sentir, disfrutar, aprender, amar y vivir la vida en todo su esplendor.

La vida tratará de que nos demos cuenta de una forma u otra, querrá que recordemos lo que somos, que evolucionemos y superemos nuestra pequeñez y nos lo intentará mostrar con nuestros sucesos vitales. Podemos ignorarlo, evidentemente, y seguir “peleando”, resistiendo y sufriendo, o podemos ampliar la mirada y pasar al “Ser o Ser”, porque siempre somos, porque hagamos lo que hagamos somos,  y del mismo modo que la ola más allá de su forma sigue siendo mar, o la gota sigue siendo agua, nosotros más allá de nuestro cuerpo físico seguiremos siendo, por lo que «no ser» no solucionará nuestras calamidades terrenales.

Imagen: Manuela Milani en Pixabay

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Lidiar con la incertidumbre

Todos los días haz algo que te dé miedo. Eleanor Roosevelt

El pasado miércoles 17 de Junio tuvimos el primer taller presencial en el Grupo Prema tras el confinamiento por el covid-19. Aunque con aforo limitado, por fin pudimos sentir esa energía que se genera con el grupo en lo presencial. Hemos estado en contacto virtual durante el confinamiento y nos ha venido bien, pero es la conexión y la presencia con el otro lo que realmente nos nutre y enriquece.

Y el tema elegido para este nuevo comienzo no podía ser otro que la incertidumbre, esa compañera de viaje que nos acompaña constantemente en nuestro caminar vital y ahora más si cabe por las circunstancias que rodean esta crisis. Y sin embargo, más allá del miedo puede estar nuestra vida mejor.

En la sesión reflexionamos sobre la búsqueda perpetua de una seguridad y control ilusorios como parte del adn humano. Salimos de lo mental para comprender la incertidumbre a un nivel más transpersonal, lo que nos ayuda a instalarnos en la confianza y sentir la vida como la escuela que es.

Practicamos a través del cuerpo, de la respiración, del movimiento y de la meditación para generar ese sosiego mental que nos permite conectar con nuestra esencia.

En este vídeo Javier Prieto y yo charlamos sobre el tema…

Ya estamos pensando en el nuevo curso así que si tienes interés en asistir a los talleres de bienestar reserva tu plaza cuanto antes porque tendremos menos. Mientras tanto ¡disfruta del verano!

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Imágenes: Toya Pérez

Lo que se necesita en estos tiempos desafiantes es precaución, no pánico. El pánico es paralizante. Sadhguru.

Nos os toquéis, no os miréis, no os visitéis, no os mováis. Soledad. Soledad en la vejez, en la enfermedad, soledad en la muerte y en los funerales, soledad en la angustia por no tener trabajo, por no tener dinero para la próxima compra. Ansiedad, miedo como acompañante del virus. De sanitarios, de reponedores, cajeras, y otros muchos trabajadores esenciales que no encuentran el apoyo y los medios para hacer su trabajo. De profesores para llegar a sus alumnos sorteando críticas. De familias uniparentales que hacen malabares con trabajo, cuidado y labores de casa. De niños y niñas en situaciones de desprotección. De mujeres conviviendo con agresores. De ancianos que temen vivir así lo que les quede de vida. De los dirigentes y sus decisiones. Pero ¿qué pasa con la deshumanización en este intento de «protección»? La posición de buen ciudadano parece diseñada para cumplir con todo lo que nos deshumaniza, porque parece ser por el bien de todos. Y quizás esto es lo que se debería poner más foco, pero nos distraemos con la crítica de unos y otros, nos dispersamos y nos separamos.

Muchos consejos de choque para combatir al covid19: guantes, mascarilla, desinfectante, mamparas, vacuna… queremos un escudo protector que nos haga de burbuja para salvarnos. Burbuja que nos separa, que no deja que nos abracemos, nos besemos, bailemos, nos divirtamos, incluso no quiere dejar ver nuestra sonrisa no vaya a ser contagiosa también. Divide y vencerás. Salvar nuestro cuerpo parece conllevar vender nuestra alma.

El que durante un tiempo y en ciertas circunstancias sean necesarias esas medidas de protección no puede hacer que perdamos de vista el bosque. El bosque de la desigualdad, de los intereses económicos, de la destrucción del planeta, no olvidemos que no hacemos falta en la naturaleza y sin embargo ella nos hace tanta falta…

Y no vayamos a culpar al que se salta la “buena norma”, ni siquiera al que la ha establecido… cada uno lo intenta hacer lo mejor que puede y sabe en ese momento, aunque es evidente que cada uno lo haríamos de una forma diferente y que en el futuro posiblemente cambiaríamos de forma. La mirada tiene que ir mucho más allá. Una mirada que nos permita despertar a que las cosas tienen una apariencia y un sentido profundo y nos estamos perdiendo esta profundidad discutiendo sobre lo mal que lo hacen los políticos, los corredores o los vecinos.

Y ¿dónde está la clave entonces?  En:

  • Darnos cuenta de que debemos unirnos. Remar en la misma dirección. Tener en cuenta que hay personas con más o menos miedo y tratan de hacer las cosas lo mejor que saben o pueden, aunque el mejor de unos no sea el mejor de otros, pero no queda otra que darnos cuenta que lo que hagamos a los demás nos lo hacemos a nosotros mismos porque más allá del cuerpo somos uno.
  • Ir hacia un objetivo que debería ser común, un mundo más humano para todos, no para una élite insaciable. Y todos incluye a todos los seres sintientes, nuestros compañeros de viaje en el planeta, a los que maltratamos en nuestro beneficio sin ni siquiera ser conscientes.
  • Potenciar lo que nos hace humanos. La conexión, la compasión, la solidaridad,  el amor… cuestionarnos cómo queremos aparecer en los futuros libros de historia, ¿cómo los que se encerraron en burbujas para sobrevivir unos pocos o los que se dieron la mano para vivir todos en un mundo mejor?
  • Recordar que la tierra tiene recursos para todos si cada uno tomamos solo lo que necesitamos, sin acaparar, sin consumismos sinsentido, sin crearnos necesidades absurdas porque una pantalla nos lo intente colar subliminalmente.

Trabajar nuestro interior nos ayudará a fortalecer nuestro escudo protector. Todas las emociones relacionadas con el amor, la solidaridad, la compasión, la gratitud… nos ayudarán a elevar nuestro sistema inmunitario. Las asociadas al miedo, el enfado, la crítica, la queja, el rencor, la envidia… nos lo debilitarán.

Usemos mascarilla donde sea necesario, pero fortalezcamos nuestra mascarilla interior trabajando la consciencia, la humanidad compartida y la solidaridad. Recordemos que cada juicio que hacemos del otro deja al descubierto nuestra herida, así que potenciemos la comprensión de que si trabajamos en mejorarnos a nosotros mismos, mejoraremos el mundo.  Demos ese pasito atrás para observarnos, para salir del sufrimiento del ego y conectar con el bienestar de nuestra esencia común.

La salud más allá de la enfermedad

  1. Un hombre sabio debería darse cuenta de que la salud es su posesión más valiosa. Hipócrates

Desde el modelo biomédico se entiende la salud como la ausencia de enfermedad. La enfermedad tiene un origen biológico, la mente tiene poco o nada que ver con el cuerpo físico y la responsabilidad total está en manos del médico que manda y el paciente que padece y obedece.

Desde el modelo biopsicosocial la salud es un completo estado de bienestar físico, mental y social. La enfermedad es multifactorial, la mente y el cuerpo son una unidad, por tanto en constante interrelación y la responsabilidad en la salud se extiende no solo a los profesionales, sino a todos, promoviendo la adopción de responsabilidades personales. Desde este modelo, tan importante para estar sano es tener en cuenta la dieta, el ejercicio o la higiene de sueño, como la vida social y el estado mental/anímico de las personas, es decir pensamientos, creencias, emociones, relaciones y un largo de etcétera de factores más allá de lo puramente biológico.

Y todos, o casi todos, parecemos estar de acuerdo en que tiene sentido, pero la realidad es que a pesar de que la OMS definió este modelo en 1948, por el momento sigue siendo más teórico que práctico.  Un sistema que busca el beneficio económico por encima de todo, una sanidad mermada por recortes y una sociedad que en gran parte todavía quiere que le curen desde fuera, no conforman un terreno fácil para un modelo integrativo.

La sociedad española lleva en casa 5 semanas como medida preventiva ante la pandemia de covid-19, para prevenir el colapso de un sistema sanitario que se sabía no podría con urgencias masivas. Se han tomado decisiones «biomédicas» de choque y, aunque resulta fácil criticar porque somos listos después de visto y de mirar fuera, no es momento de juicios ni reproches, es tiempo de avanzar, de dar paso a decisiones «biopsicosociales» que como sociedad nos prevengan de las consecuencias que a nivel mental y emocional, la ausencia de vida social y aireada nos pueda traer.

No serán pocas las familias que estén viviendo una auténtica tortura y enfermar de coronavirus puede ser el menor de sus males. Las condiciones en cada hogar son tremendamente diferentes: tener casa grande, jardín, despensa llena y compañía familiar en equilibrio ayudan y mucho.  Y entonces,¿qué podemos hacer mientras se toman estas decisiones «biopsicosociales» globales? Quizás llevarlas a nuestro terreno particular:

  • A nivel físico: trabajar la escucha a nuestro cuerpo y darle lo que nos esté pidiendo… y habrá días que nos pida movernos, otros descanso, otros comida sana y otros pues más chatarrosa, pues muy bien, y habrá días que nos dirá «te has pasado» y otros que «te falta algo», pues freno de lo que sea que me he pasado y caña a lo que me falte… sin culpas, sin autoexigencias, más bien con adaptación a lo que se pueda, más atención y escucha sabias.
  • A nivel emocional: permitirme lo que haya. El enfado, la tristeza, el miedo… cuando no estoy bien y también la alegría, el agradecimiento, el disfrute… cuando lo hay. Cada instante es diferente y la aceptación de lo que haya es fundamental, básicamente porque ya está aquí y resistirnos desgasta. Y permitirme no es dar rienda a mis instintos básicos y soltar mi basura emocional por la ventana. Permitir es observar, sentir, ser consciente, dar espacio, sostener, aceptar, respirar y dejar ir, y no tiene porqué ser en este orden.
  • A nivel social: ¿puedo hacer algo por alguien? ¿Puedo ayudar de alguna manera a una vecina/o, a la tienda del barrio, a un familiar en apuros? ¿Soy yo el o la que necesito pedir ayuda? A veces puede valer con una llamada, con hablar y sacar, o escuchar al otro sin juicio, con hacerle saber que estás para lo que necesite o que lo necesitas… y otras habrá que actuar en la medida de las posibilidades. Y las videollamadas a 20 pueden estar bien para un rato de risas, pero la línea directa y personal puede obrar milagros.
  • A nivel transpersonal: ¿puedo ir más allá del asunto y ver qué aprendizaje tiene para mí esta crisis? Quizás me haya reconectado con nuevas personas, o conmigo mismo, o con situaciones, aficiones, retos, oportunidades… que a primera vista no me parecían que tuvieran mayor trascendencia pero pueden ser la base de mi nueva normalidad. ¿Me he dado cuenta de lo que echo de menos, de lo que no, de lo que valoro más ahora, de hacia dónde me gustaría encaminar mi vida? ¿Qué estoy aprendiendo? ¿Me siento parte de un todo en búsqueda continua de equilibrio?

Tiempos nuevos, tiempos de reflexión y de atención plena para una mayor consciencia. Sobre todo para ver más allá y tratar -como personas y como sociedad- de aprender a construir un mundo mejor pero no para unos pocos, sino para todos.  Y aunque el trabajo empieza en uno mismo, nada podremos hacer solos, debemos remar a la vez. Pero mientras el barco no zarpa podemos enfocarnos en lo que ahora tenemos cerca, agudicemos la atención para ser capaces de verlo.

Para terminar, te dejo un poema de Steve Taylor que nos invita a descansar en el presente, el lugar menos habitado del planeta y donde podemos encontrar nuestras respuestas. Si pinchas en el enlace leerás la presentación de su último libro que tiene muy buena pinta.

El único lugar

Cuando el futuro está lleno de temor
Y el pasado lleno de pesar
¿Dónde puedes refugiarte excepto en el presente?

Cuando remolinos de pensamientos atormentadores
te hacen retroceder a las barricadas de la cordura
el presente es el centro tranquilo donde descansar.

Y poco a poco, mientras descansas ahí
los molestos pensamientos y temores se disuelven
como sombras encogiendo bajo el sol del mediodía
hasta que no necesitas ya más refugio.

El presente es el único lugar
donde no hay dolor creado por el pensamiento.

El presente es el único lugar.

Steve Taylor

Reencontrándonos con la Naturaleza

Las sextas jornadas de Psicología Transpersonal  y Espiritualidad celebradas este fin de semana en Tudela han puesto esta vez el foco en la necesidad de reencontrarnos con la Naturaleza. Naturaleza con mayúsculas porque no se trata de ir de picnic el domingo al campo… se trata de volver a conectarnos con lo que somos, porque a pesar de habernos percibido fuera, nunca hemos dejado de ser Naturaleza.

Como nos recuerda José Luis Escorihuela “Ulises”, el punto de partida para ir hacia una sociedad más ecológica sería darnos cuenta de quiénes somos realmente. Debemos entrenar la atención, crecer en consciencia, para recuperar esa conexión con la totalidad, para apreciar lo que las personas hacen bien y salir de la queja, para cocrear un mundo mejor en el que el amor sea parte imprescindible de la ecuación, sanando las heridas que nos permitan volver a equilibrarnos y recuperar la salud que el desequilibrio nos ha provocado.

Koldo Aldai nos ayuda a recordar las leyes universales  que rigen nuestra vida aunque no nos percatemos de su existencia. La Madre Tierra es la viva encarnación de la ley del amor:  la Naturaleza nos regala sol gratis para todos, frutos, flores, oxígeno… de manera incondicional, con generosidad infinita. La ley de causa y efecto nos invita a sembrar lo que queremos recoger en el futuro, a dar lo mejor de nosotros para crear una nueva civilización basada en la colectividad y en una auténtica sostenibilidad más allá de la moda de la palabra.

La Naturaleza nos llena de energía, nos ayuda a elevar nuestra vibración a nutrirnos emocionalmente, nos lleva a la comunión con cuánto es. Y ello nos debería llevar a devolverle todo ese amor incondicional, a cuidarla, a respetarla, dejando atrás el maltrato, la explotación, el creernos dueños y aprovecharnos de los recursos para nuestro lucro.

Debemos ser el ejemplo que queremos ver en el mundo: responsables, coherentes, fieles a la solidaridad universal… defendiendo con alma. El combate y el odio contaminan y alimentan más odio.

Como nos recuerda Thich Nhat Hanh, debemos despertar al hecho de que la vida es un milagro, vivir con conciencia y gratitud, generar paz y compasión, poniendo amor y ternura en todos los pasos que demos sobre la Tierra.

Gustavo Duch nos extiende su receta vital: “cada día consuma dos o tres conversaciones; retire de las comidas la rapidez y las prisas; escuche a su cuerpo cada ocho horas; grite profundamente frente a una injusticia o colectivice sus luchas. Y me llora todas las penas y me ríe sin límites”.

Y nos muestra las consecuencias de un modelo agroindustrial que se acaba porque agota los recursos, aniquila especies y anula la dignidad en las condiciones de los trabajadores del campo. Desde las pantallas de las ciudades es difícil darse cuenta de la finitud del planeta, se hace necesario volver a una vida rural ecodependiente y en comunidad.

El testimonio de Carlos Cañaverales de una vida autosuficiente, en contacto con la naturaleza, fuera de lo convencional, nos hace plantearnos si tienen sentido muchas de las necesidades que nos creamos… Muchas de ellas tienen que ver con creencias, con miedos… y otras con nuestra falta de tiempo. Nos llenamos de cacharros que se supone nos facilitan la vida, pero quizás la vida sería más fácil si simplemente tuviéramos más tiempo. Estamos hipnotizados con los mantras que los medios de comunicación y el marketing nos instalan y urge despertar

La Naturaleza está en continua transformación y nosotros como parte de ella también. Queremos seguridad, calma… pero las tormentas son necesarias. No queda otra que abrir la mente y explorar nuevos escenarios de vida que no destruyan lo que somos.

Félix Rodrigo Mora agita conciencias, nos hace plantearnos cuanto de lo que creemos que sabemos no es más que adoctrinamiento limitante. Su punto de vista invita a la experiencia, a la reflexión, a un pensamiento libre, a un individuo capaz de desarrollar las capacidades innatas del ser humano: fortaleza, voluntad, autoconstrucción, vigor, amor y sentir profundo.

Odile Fernández es la prueba viviente de que podemos aceptar los diagnósticos pero nunca los pronósticos. Con 32 años y un pequeño de 3 años fue diagnóstica de un cáncer de ovario con metástasis con el que se supone que no podría vivir mucho tiempo.  Pero no se conformó. Cambió su alimentación y estilo de vida, hizo todo lo que estaba en su mano y no solo sobrevivió sino que tuvo 2 hijos más y hoy, 10 años después, se dedica a divulgar lo que aprendió en el proceso: que tenemos mucho que aportar en el proceso de sanación.

La enfermedad es multifactorial. Cuantos más boletos compremos, más probabilidades tendremos de ganar la rifa: tabaco, alcohol, ultraprocesados, dieta insana, sueño insuficiente, obesidad, estrés, comer rápido, sedentarismo, emociones no gestionadas, falta de propósito vital, en algún caso genética y por supuesto carcinógenos externos – contaminación, pesticidas, radiaciones, etc –  que puedan estar en nuestra vida.

En sus libros comparte la dieta que le ayudó a superarlo así como consejos de estilo de vida que en su caso fueron determinantes.

Algún día tendremos la medicina integrativa que defiende Odile, que trate las personas en lugar de las enfermedades, que las escuche, las acompañe… desde un punto de vista holístico. Mientras tanto caminaremos en la promoción de una expansión de la conciencia, de la atención a quiénes somos de verdad, primer paso hacia esa nueva era, esa nueva civilización que deja atrás un paradigma de desconexión y  destrucción de la Naturaleza, de autodestrucción en realidad. Estas jornadas son siempre una dosis de entusiasmo y motivación para ello. Gracias a todas las personas que las hacen posibles.

Y termino con este texto de Carlos Espín que Gustavo Duch nos recordó:

“El árbol antena”. De “Cosechas. Relatos de mucha gente pequeña”, de Gustavo Duch.

Con Koldo Aldai en los cines Moncayo de Tudela:

Con Vali (de Valiente) en Los Fayos, en casa de mis amigos Rocío y Txutxín:

 

Insomnio y ansiedad

Un pájaro posado en un árbol no tiene miedo de que la rama se rompa, porque su confianza no está en la rama sino en sus propias alas. Anónimo.

Este fin de semana han confluido en mi agenda dos cursos: uno sobre las intervenciones psicológicas en los trastornos del sueño y otro sobre la ansiedad, desde un punto de vista psicológico sí, pero también desde una mirada transpersonal. Dos cursos muy diferentes, pero cierto denominador común: malestar del primer mundo.

Iván Eguzquiza Solis, Psicólogo del Instituto de Investigaciones del Sueño, ha sido el encargado de acompañarnos por las características del sueño y del insomnio, de sus tratamientos, así como de los mitos que le acompañan.  Porque aquí, como en todo, las creencias pueden hacernos  daño cuando les damos el poder de verdad absoluta.

Dormir es una conducta muy necesaria y todos sabemos que cuando no lo hacemos bien a largo plazo nuestro bienestar se resiente… Tiene mucho que ver con nuestra recarga fisiológica, con que los procesos de memoria se completen correctamente, así como que nuestros procesos emocionales diurnos puedan ser digeridos. Pero también es preciso desdramatizar.  Existe un insomnio por miedo al insomnio que pide desmontar ciertas creencias como punto de partida:

  • El insomnio crónico no se cura. Iván nos mostró evidencia de que sí.
  • Tengo que dormir x horas sino no soy persona. El número de horas es subjetivo y variable. Ponerse objetivos rígidos puede ser contraproducente. Vale más un sueño de calidad que la cantidad, muchas veces pasar tiempo en la cama despiertos para completar ese objetivo condiciona al cerebro hacia el lado equivocado. En la cama dormir o sexo, nada de tele, móvil, trabajo, etc.
  • Si no duermo no voy a rendir… Bueno puede que rindas un poco menos, pero rendirás.
  • El sueño no se recupera. Pues parece que si tras unos días de dormir poco, meter alguna hora más ayuda…
  • Etcétera, etcétera

El estado de ánimo es uno de los factores que influye en la calidad de nuestro sueño. El estrés, la ansiedad, la depresión…  harán que nuestros ciclos se alteren.  La depresión aumentará y adelantará nuestra fase REM y la ansiedad la retrasará y reducirá, nos procurará un sueño más fragmentado y por tanto de peor calidad.

Es muy humano querer la pastilla mágica que nos haga dormir de un tirón (lo que tampoco es natural, el sueño cuando no había luz artificial era en dos fases), pero las benzodiacepinas (llámense diazepam, lorazepam, tranxilium…) tienen la mala costumbre de crear tolerancia y dependencia así que mejor solo para emergencias y por poco tiempo, porque mágica no es.  El trabajo viene por enfocarnos en lo que está en nuestra mano y es posible:

  • Trabajar en lo que pasa durante el día, en nuestras emociones, actitudes, interpretaciones de lo que ocurre…
  • Reeducar nuestro pensamiento y reestructurar nuestras creencias
  • Tener una correcta higiene de sueño que sobre todo pasa por no estar despiertos durante horas en la cama
  • Adaptar las horas de sueño a nuestra tendencia (diurna, nocturna o neutra) y ser disciplinados con las rutinas
  • Desdramatizar dormir menos de lo esperado, trabajar la aceptación
  • Entrenar la respiración diafragmática, la meditación, la relajación
  • Y una recomendación de Martin Seligman que me encanta: escribir cada noche antes de acostarse cinco cosas agradables del día. El registro de contenidos positivos marcará la calidad del sueño. Por tanto cuidado con leer mails del trabajo o contenidos desagradables en las redes o de la tele justo antes de dormir…

Enrique Martínez Lozano ha sido el maestro de ceremonias para profundizar en la ansiedad. Un trastorno que junto con el estrés y el narcisismo son tan comunes en nuestra época y cultura. ¿Qué ha favorecido esta epidemia de ansiedad en Occidente?

  • Una sociedad en cambio continuo, tecnológica, rápida, individualista, plural… que genera incertidumbre, inseguridad, desorientación en aquellas personas con poca capacidad de adaptación al cambio.
  • La competitividad de la sociedad, centrada en el logro, en el éxito… que provoca tensión, sobrexigencia, perfeccionismo, estrés… vivir en el futuro en lugar de en el presente.
  • La cultura del entretenimiento y la superficialidad que, aunque podría ser saludable, se ha convertido en una forma de llenar un vacío y un malestar que no soportamos.
  • Una cultura narcisista que descuida la calidad de las relaciones y la solidaridad buscando aliviar el malestar de manera compulsiva.

Experimentamos la ansiedad como miedo pero es hambre de afecto porque nace de la inseguridad y el vacío afectivo. Se manifiesta en forma de adicciones que nos dan la sensación de que pueden llenar ese vacío.

Este hambre tiene mucho que ver con el tipo de apego que tuvimos en nuestra primera infancia y se resuelve con la comprensión de que el afecto que necesitamos no es el que teníamos que haber recibido, sino el que nosotros nos tenemos que dar ahora para llenar ese vacío.

Podemos gestionar la ansiedad desde el trabajo psicológico:

  1. Creciendo en amor incondicional a uno mismo
  2. Rescatando nuestro niño interior
  3. Reeducando comportamientos compensatorios o adictivos
  4. Cuidando nuestras relaciones
  5. Conociendo y poniendo en acción nuestros talentos o fortalezas: aceptación, autoacogida, confianza, sentido para vivir, gratitud, sentido del humor, atención, silencio, vivir el presente…

Y podemos gestionarla desde el trabajo transpersonal, que completará el también importante trabajo psicológico:

  1. Acallando la mente y entrenando la atención. Desplegando el testigo que nos permite tomar distancia de la película mental y convertirnos en observadores. Silenciar la mente no es dejarla en blanco, es dejar de identificarte con el parloteo mental.
  2. Dándome cuenta de que no soy mi ansiedad. Que la ansiedad viene a recordarme lo que realmente soy. Se convierte en una llamada a despertar, a salir de la identificación con la mente y sus pensamientos agobiantes.
  3. No reduciéndome a la ansiedad, no negándola. La siento, la atiendo, la abrazo, sin poner pensamientos.
  4. Observando nuestras adicciones o conductas compensatorias desde lo que somos, no desde la mente. Y ¿quién soy yo? ¿El yo separado que se percibe como carencia o la Vida que se expresa en la forma de este «yo»? Somos lo que no puede ser observado, lo que está más allá de los pensamientos y de nuestra personalidad construida.

Cuando estamos en la identificación con el «yo», con la mente, siempre hay miedo, soledad o ansiedad. Cuando salimos hay plenitud, paz, calma, ecuanimidad. Más allá de las nubes siempre hay un firmamento en calma aunque no seamos capaces de verlo.

Y termino con una bonita metáfora de Antony de Mello:

Y ya lo dijo también José Saramago:

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Aprendiendo a soltar

No puedes salir de la prisión mental a menos que seas consciente de que estás preso.

Recién llegada de las jornadas de Psicología Transpersonal celebradas en Tudela, este año con la temática “Aprender a soltar”, saboreo esa agradable sensación de resonancia con lo escuchado y la sonrisa interior que aparece en consecuencia.

Soltar… lo viejo, lo que no está en sintonía con nuestro ser, lo que nos hace sufrir… Pensamos en soltar como sinónimo de dejar ir, y a veces lo confundimos con no enfrentarnos con lo que sucede, no sostenerlo o no abrirnos a la experiencia en todo su esplendor.

Pero soltar tiene mucho que más que ver con comprender, con no aferrarnos a lo que creemos que somos, con soltar el ego o personalidad construida para darnos cuenta de que después de hacerlo seguimos siendo…

El antropólogo Josep María Fericgla nos presenta la foto de una sociedad actual emocionalmente inestable, en la multitarea superficial, en la cultura de la insustancialidad y del dopaje…  Atados al trabajo, a las obligaciones sociales, al territorio, a la hipoteca, al consumismo… Somos sujetos atados que miran hacia afuera. Aboga por recuperar los ritos iniciáticos para soltar la estructura egoica y renacer a la transformación profunda.

Dokushô Villalba, maestro zen español, nos recuerda que vivimos soñando, atrapados en percepciones subjetivas, apegados y aferrados a realidades que nos creemos como buenas… Pero todo es impermanente, todo cambia cada momento con lo que: ¿qué realidad es la mejor? La mía claro, pero ¿cuál? ¿La que veía con 20, 30 o 40 años? Cuando no nos damos cuenta de la impermanencia de todo, sufrimos. Cuando nos apegamos a una situación agradable o rechazamos otra que no nos gusta, sufrimos. Soltar es abrirse a lo venga, es aceptación real, no resignación, es paz, es dejar de luchar con lo que hay.

La psicóloga transpersonal Débora Diógenes nos ayuda a reflexionar sobre nuestras armaduras, sobre la prisión que en ocasiones constituye nuestra imagen construida, nuestras expectativas o las de nuestros sistemas y como nos resistimos a la transformación por el miedo a lo desconocido, a la muerte, a perder nuestra identidad…

Mi querido Enrique Martínez Lozano, psicoterapeuta, sociólogo y teólogo, nos acompaña en el camino de la confianza, elemento imprescindible en el soltar. Nos ayuda a entender lo contraintuitivo del soltar… estamos apegados al control y a la seguridad, tenemos una necesidad humana irrenunciable, pero la estamos poniendo en el lugar erróneo: padres, trabajo, estudios, títulos, creencias… La seguridad no está fuera, esa seguridad es ilusoria… y nos conduce a la resistencia, al control, a la reactividad… y en consecuencia al sufrimiento. La vida es un soltar constante, podemos resistirnos, resignarnos o movilizarnos a través de la aceptación, pero la clave sobre todo está en la comprensión de lo que somos, en salir de la identificación con la mente, del ego, que nos impide soltar porque vería amenazada su existencia.

La Dra. Matilde de Torres nos plantea las siguientes preguntas: ¿Por qué tenemos que aprender a soltar? ¿Cuándo dejamos de saber hacerlo? De nuevo la mirada hacia afuera nos da la pista. Sabemos y comprendemos que vamos a morir, pero no vivimos de acuerdo con eso, nos apegamos a las cosas materiales en lugar de dirigir la mirada hacia el interior y contribuir a la verdadera autorrealización. No podemos soltar lo que creemos que somos. Si creo que soy mis posesiones, no las suelto, si creo que soy mi mente y sus creencias, no las suelto. Pero el crecimiento es soltar, a veces por discernimiento pero la mayor parte de las veces por saturación de sufrimiento. Soltar es rendirse a lo que es y confiar, vivir lo que surja en mi vida evitando las resistencias, lo que no quiere decir estar de acuerdo o que sea justo lo que me ocurre, quiere decir entender qué hay detrás, qué aprendizaje conlleva y actuar en consecuencia.

Por último, la psicóloga Charo Cuenca nos aporta la visión sistémica del soltar. Nacer es soltar… soltar una zona confortable, atravesar un angustioso túnel y llegar a una zona nueva.  Y la vida, crecer, será un continuo soltar, atravesar túneles y llegar a lo nuevo que será más o menos agradable. Podemos resistirnos e intentar quedarnos en ese útero confortable, pero la vida no nos va a dejar, nos empujará de una manera o de otra.  El ego no quiere crecer, se resiste, le gusta el control y la seguridad, tratará de que no vayas, surgirán miedos… Pero la vida tiende al crecimiento.  Esta mirada sistémica puede dar luz a patrones familiares desordenados, a la ruptura de las leyes de pertenencia, jerarquía o compensación de Hellinger, a esos roles que desempeñamos y no nos corresponden, para dejar de mantenerlos, para soltarlos y dirigirnos hacia nuestro lugar adulto y consciente.

Meditar, el sentarse para sentirse, la atención para darnos cuenta, la respiración para espirar lo inspirado, la relajación para dejar de hacer… Ayudas concretas en el camino del soltar lo que antes hemos tomado. Cada uno de los ponentes daría para mucho más, resueno y vibro con ellos y escucharles ha sido un maravilloso chute de energía para seguir en el camino del soltar, del crecer y de la expansión de la consciencia que soy.

Mención especial a mis amigos Rocío y Txutxín, por su siempre amable hospitalidad y por su acompañamiento estos días,  a Román Gonzalvo de la Asociación Transpersonal Iberoamericana y a todos los que hacen posible este tipo de encuentros.

Con Enrique y Matilde en el Teatro Gaztanbide:

Con Rocío y Txutxín en Los Fayos:

Crisis y crecimiento personal

Cuando el corazón llora por lo que ha perdido, el yo profundo sonríe por lo que ha encontrado.- Dicho Sufí.

Este fin de semana se han celebrado en Tudela las IV Jornadas de Psicología Transpersonal y Espiritualidad con el tema “Crisis y Crecimiento Personal”.  Y desde luego es un tema que da para mucho…

Las crisis, aunque inevitables, resultan fastidiosas, incómodas, perturban nuestro devenir y nos gustaría que no existieran.  Nos quiebran, desengañan, nos confunden, nos hacen sufrir.  ¿Estás viviendo una crisis? ¿Cómo te sienta que te digan qué es una oportunidad? ¿Qué cuándo una puerta se cierra se abren otras? ¿Qué seguro que es para bien? ¿Qué lo que viene, conviene?

Cuando estamos en el ego,  en la mente errante, identificados con el pensamiento constante y automático, en el “¿por qué a mí?”, en el “¡esto no debería estar pasando!”, en el “¡todo me pasa a mí!”, “¡me ha mirado un tuerto!” (¡pobres tuertos!)…  Comprensiblemente nuestra mirada más humana decidirá que menuda mala suerte que tengo y que no hay derecho, por lo que la crisis nos sentará fatal y que tengamos que ver en ella una forma de crecimiento personal, ni te cuento.  La mirada transpersonal nos invita a verlas desde otro punto de vista, cómo diría Ken Wilber en su libro Los tres ojos del conocimiento, desde la visión contemplativa, distinta de la visión empírica de los sentidos o la racional de la mente.

Enrique Martínez Lozano comenzó el viernes las jornadas planteándonos una visión consciente de las crisis, una forma de vivirlas desde una visión transpersonal, más allá del ego juez y sabelotodo.   Las crisis son parte de la vida y hay ciertas actitudes que pueden hacer posible que se crezca con ellas:

  • La no-evitación y no-resistencia: es decir salir del “esto no debería estar pasando” para acoger la situación de frente.
  • La no identificación con lo que nos pasa, no reducirnos a esa crisis. Reconocemos la tristeza, el miedo, el enfado, la emoción o emociones que nos surjan, dándonos cuentas que somos más que ellas.
  • Cuidar el amor incondicional a uno mismo, no escapar del presente y tratar de acallar la mente para ver más allá de sus filtros.

Las crisis nos invitan a soltar la ilusión de control, a comprender quiénes somos realmente, a la aceptación de los planes de la vida, a cambiar, a movernos… e irremediablemente a ser un poco más sabios.

Vicente Simón es claro. A veces hay que “darse la torta” para despertar. Mal que nos pese el fracaso enseña y si todo nos sale bien, nos mantenemos en una rutina inconsciente. Solo cuando perdonamos a la realidad podemos superarnos.  Es típico pensar que el mundo imaginario de nuestra cabeza es verdad y desde ahí el sufrimiento está prácticamente asegurado. Solo desde la lucidez compasiva que surge cuando nos hacemos conscientes, cuando despertamos, puede llegar la comprensión y aceptación de la crisis.

Jorge Ferrer, doctor en psicología y experto en psicología transpersonal, nos regala un recorrido por sus crisis vitales, nos ayuda a ver más allá de la apariencia, a encontrarles un sentido, que no siempre es inmediato y sencillo, nos ayuda a acercarnos y dialogar con la crisis: ¿qué quieres?, ¿qué miedos sacas a relucir?, ¿qué cambios me pides hacer?, ¿quién puedo llegar a ser?…Y nos recuerda que: ¿buena suerte?, ¿mala suerte?, ¿quién sabe? Aquello que de primeras te sentó tan mal, fue un trampolín a una situación mejor… o viceversa.

De la ponencia de Juan Ruiz y Miguel Morate me quedo con que somos consciencia, algo bastante superior al ego, necesario pero limitador, y que el sufrimiento no enseña, sufrir es bastante más fácil que comprender… Comprender requiere esfuerzo y cierto dolor. Si el sufrimiento enseñara la humanidad estaría iluminada.

Fidel Delgado, psicólogo clínico maestro del humor hasta en un tema tan delicado como las crisis, nos muestra:

  • Cómo pasar, -en estas “collejas que nos da la vida”-, de ser un transeúnte quejicoso a un transitólogo,
  • Cómo nuestra necesidad de control a veces entra en conflicto con la vida
  • Cómo el conocimiento sin vivencia no transforma.

A veces necesitamos una operación en las cataratas del alma cuando surge un desprendimiento de rutina

Y maravilloso final con Marly Kuenerz, psicóloga clínica experta en atención, que nos transporta a la necesidad del autoconocimiento, de la mirada hacia adentro, que si siempre es importante, lo es más en la crisis. La atención es la clave. Dándonos cuenta de nuestros automatismos, de nuestras “grabaciones” vitales, de donde me enfoco, ¿en las nueve cosas buenas que me han pasado hoy?, o ¿en la menos buena? Tenemos un tremendo potencial como seres humanos que no estamos sabiendo canalizar de manera eficiente… La mente nos lleva a su terreno, a la forma material, a lo que podemos percibir con los sentidos, pero hay un inmenso conocimiento que la ciencia está aportando a lo transpersonal que merece ser divulgado: Bruce Lipton, Candece Pert, Garniet-Malet…

Fin de semana intenso, en «mi salsa», saboreando la satisfacción que produce escuchar de todos estos fantásticos ponentes aquello que resuena con tanta fuerza en mí. Gracias a Román Gonzalvo por organizarlo y a Alfonso Verdoy por recoger las ponencias de los últimos años en un libro.

Y si hablamos de crisis… gracias a la crisis que en su día me llevó a Ramiro González, que a su vez me llevó  hasta Enrique Martínez Lozano que a su vez me ha traído hasta aquí… A lo mejor resulta que sí que van a tener su punto…

Mención aparte y especial, para mis amigos Rocío y Txutxín que me han acogido en este fin de semana en su preciosa casa de Los Fayos y acompañado por la deliciosa gastronomía tudelana.