¿Dónde me duele la vida?

Mientras más fuerte es el Ego, mayor es la probabilidad de que la persona piense que la fuente principal de sus problemas son los demás. Eckart Tolle

El viaje de la vida no es una travesía sencilla. Puede haber grandes baches, túneles oscuros y obstáculos, pero también subidas a pequeñas cimas y todo ello con diferentes meteorologías. A veces se avanza, parece que hace sol y de repente aparece una tormenta y te pillas en las mismas reacciones o situaciones de siempre.

El caso es que nos cuesta reconocernos en lo de fuera. Cuando las cosas van mal, cuanto más en el ego estemos más pensaremos que el problema tiene que ver con los demás. Cuanto más desconectados de lo que realmente somos estemos, menos capaces seremos de traducir el mensaje de lo que ocurre. Es fácil y humano pensar que las cosas van «mal» porque el gobierno hace esto o lo otro,  porque mi empresa tal o cual, mi salud es precaria, no tengo dinero, mi pareja no me entiende, mis hijos no son como yo quiero que sean, o la «gente» es esto o lo otro . Nuestra mente ha sido diseñada para ello: pensamiento incesante y en un alto porcentaje relacionado con criticar, recriminar, rumiar pasado o adivinar futuros…. En nuestro cerebro se van grabando circuitos neuronales con las creencias de cómo deberían ser las cosas y cuándo la realidad no se ajusta pienso que la realidad se equivoca.

Pero la realidad nunca se equivoca, la realidad es.  Y que sea no quiere decir que me guste, que me parezca justa o que esté de acuerdo, pero el tema es que es. La vida se expresa a través de lo nos ocurre fuera, se “materializa” en la realidad que vemos cómo forma de decirnos dónde enfocar nuestro trabajo personal. Y además lo hace insistentemente, de ahí que se nos repitan situaciones de pareja, trabajo, salud, económicas, etc. Ya lo decía Carl Jung  con su «a lo que te resistes persiste».

Nos distraemos cuando en lugar de ocuparnos de nuestros “dolores” nos enfocamos en los de otros. El mundo nos parece que está fatal porque los humanos que lo ocupan están fatal, pero pretender que el mundo cambie sin mi aportación no parece realista. El sesgo de correspondencia es un atajo cerebral defensivo que solo tiene en cuenta el contexto para justificar una acción propia. Un ejemplo de este verano: en una parada de autobús veo como dos mujeres hablan sobre covid, con la mascarilla bajada y fumando, y critican la situación de rebrotes porque los jóvenes no se toman en serio llevar la mascarilla. Incluso cuando apagan su cigarro siguen con la mascarilla bajada porque «hace calor y me ahogo».

Y ampliando el ejemplo podemos reconocernos en criticar el cambio climático por lo que hacen otros ; podemos decir a un hijo que  no grite gritando, o que no beba bebiendo…  Y ya se ha dicho toda la vida: nos resulta fácil ver la paja en el ojo ajeno… y así escapamos de resolver lo nuestro.

La vida nos duele en diferentes áreas y la mala suerte o las acciones de otros suelen ser las agraciadas con la responsabilidad, pero en el viaje hacia la madurez humana toca ver qué hago con mi túnel particular: ¿una enfermedad?, ¿un trabajo que no llena?, ¿un jefe o jefa déspota?, ¿problemas económicos?, ¿conflictos de pareja, hijos, familia, colega…?, ¿insatisfacción vital?

En la maleta de viaje hacia una mayor conciencia debemos incluir:

  • Atención: solo desde una mirada atenta podremos ver qué nos dice la vida a través de lo que nos ocurre y enfocarnos a ello, no despistarnos con lo de otros. Cuando tú cambias todo cambia y no se trata de grandes hazañas… cada pequeño pasito cuenta. Empieza por observar qué hay y qué estás haciendo con lo que hay.
  • Humildad: cuando creo que sé dejo de aprender. Cuando me cierro a nuevas perspectivas solo porque no cuadran con lo que mi mente egoica dice, estoy perdiendo la oportunidad de evolucionar. Ese ego ha sido condicionado por siglos de pensamiento y mucho contenido ya no tiene ningún sentido.
  • Valentía: seguir en un camino criticado por aquellos que no quieren tomarlo  requiere valor para no sucumbir a presiones de lo establecido. Qué los miedos de los demás no te contagien.
  • Sin olvidar incluir flexibilidad, paciencia, confianza, honestidad, decisión… un poco de locura y sentido del humor y mucho amor, hacia ti mismo/a y hacia los demás. En cada momento todos hacemos lo que podemos con el nivel de conciencia que tenemos, y perdonarnos y perdonar se hacen imprescindibles para no intoxicarnos con el veneno del resentimiento y la culpa.

La vida es una escuela y las lecciones que cada uno venimos a aprender son diferentes. El estudiante de biología no compara sus libros con el estudiante de filología inglesa.  Saben que cada uno tiene unas asignaturas que superar y se enfocan a ello. ¿Tienes identificada tu asignatura? Alguna pista:

  • Salir del control, el perfeccionismo y la rigidez
  • Poner límites, saber pedir, quererte
  • Soltar el qué dirán y la preocupación por la imagen
  • Ser uno mismo y seguir un camino diferente al establecido
  • Practicar la generosidad y el desapego material
  • Superar miedos
  • Dejar de malgastar dinero y energía en narcotizarte con lo externo para volver la mirada hacia dentro
  • Respetar al planeta y a todos los seres que lo habitan
  • Abrirte a la diferencia para construir en la cooperación y no desde el individualismo
  • Salir del «sofá» y poner en marcha de una vez tus talentos

Hay tantas asignaturas como personas, pero también hay algunas que podemos considerar troncales en la carrera de la vida:

  • Encontrar el propósito vital
  • Ser felices independiente de lo que pase fuera
  • Aprender a amar todo como parte de nuestro camino y de  lo que hemos venido a hacer

Enfoquémonos en nuestras lecciones de vida, son únicas y especialmente diseñadas para nuestra evolución. Nuestros “dolores de vida”, esa crisis o ese túnel que parecen no tener salida, pueden ser la puerta de entrada hacia una vida más plena… si sabemos ver el mensaje que traen.

Reencontrándonos con la Naturaleza

Las sextas jornadas de Psicología Transpersonal  y Espiritualidad celebradas este fin de semana en Tudela han puesto esta vez el foco en la necesidad de reencontrarnos con la Naturaleza. Naturaleza con mayúsculas porque no se trata de ir de picnic el domingo al campo… se trata de volver a conectarnos con lo que somos, porque a pesar de habernos percibido fuera, nunca hemos dejado de ser Naturaleza.

Como nos recuerda José Luis Escorihuela “Ulises”, el punto de partida para ir hacia una sociedad más ecológica sería darnos cuenta de quiénes somos realmente. Debemos entrenar la atención, crecer en consciencia, para recuperar esa conexión con la totalidad, para apreciar lo que las personas hacen bien y salir de la queja, para cocrear un mundo mejor en el que el amor sea parte imprescindible de la ecuación, sanando las heridas que nos permitan volver a equilibrarnos y recuperar la salud que el desequilibrio nos ha provocado.

Koldo Aldai nos ayuda a recordar las leyes universales  que rigen nuestra vida aunque no nos percatemos de su existencia. La Madre Tierra es la viva encarnación de la ley del amor:  la Naturaleza nos regala sol gratis para todos, frutos, flores, oxígeno… de manera incondicional, con generosidad infinita. La ley de causa y efecto nos invita a sembrar lo que queremos recoger en el futuro, a dar lo mejor de nosotros para crear una nueva civilización basada en la colectividad y en una auténtica sostenibilidad más allá de la moda de la palabra.

La Naturaleza nos llena de energía, nos ayuda a elevar nuestra vibración a nutrirnos emocionalmente, nos lleva a la comunión con cuánto es. Y ello nos debería llevar a devolverle todo ese amor incondicional, a cuidarla, a respetarla, dejando atrás el maltrato, la explotación, el creernos dueños y aprovecharnos de los recursos para nuestro lucro.

Debemos ser el ejemplo que queremos ver en el mundo: responsables, coherentes, fieles a la solidaridad universal… defendiendo con alma. El combate y el odio contaminan y alimentan más odio.

Como nos recuerda Thich Nhat Hanh, debemos despertar al hecho de que la vida es un milagro, vivir con conciencia y gratitud, generar paz y compasión, poniendo amor y ternura en todos los pasos que demos sobre la Tierra.

Gustavo Duch nos extiende su receta vital: “cada día consuma dos o tres conversaciones; retire de las comidas la rapidez y las prisas; escuche a su cuerpo cada ocho horas; grite profundamente frente a una injusticia o colectivice sus luchas. Y me llora todas las penas y me ríe sin límites”.

Y nos muestra las consecuencias de un modelo agroindustrial que se acaba porque agota los recursos, aniquila especies y anula la dignidad en las condiciones de los trabajadores del campo. Desde las pantallas de las ciudades es difícil darse cuenta de la finitud del planeta, se hace necesario volver a una vida rural ecodependiente y en comunidad.

El testimonio de Carlos Cañaverales de una vida autosuficiente, en contacto con la naturaleza, fuera de lo convencional, nos hace plantearnos si tienen sentido muchas de las necesidades que nos creamos… Muchas de ellas tienen que ver con creencias, con miedos… y otras con nuestra falta de tiempo. Nos llenamos de cacharros que se supone nos facilitan la vida, pero quizás la vida sería más fácil si simplemente tuviéramos más tiempo. Estamos hipnotizados con los mantras que los medios de comunicación y el marketing nos instalan y urge despertar

La Naturaleza está en continua transformación y nosotros como parte de ella también. Queremos seguridad, calma… pero las tormentas son necesarias. No queda otra que abrir la mente y explorar nuevos escenarios de vida que no destruyan lo que somos.

Félix Rodrigo Mora agita conciencias, nos hace plantearnos cuanto de lo que creemos que sabemos no es más que adoctrinamiento limitante. Su punto de vista invita a la experiencia, a la reflexión, a un pensamiento libre, a un individuo capaz de desarrollar las capacidades innatas del ser humano: fortaleza, voluntad, autoconstrucción, vigor, amor y sentir profundo.

Odile Fernández es la prueba viviente de que podemos aceptar los diagnósticos pero nunca los pronósticos. Con 32 años y un pequeño de 3 años fue diagnóstica de un cáncer de ovario con metástasis con el que se supone que no podría vivir mucho tiempo.  Pero no se conformó. Cambió su alimentación y estilo de vida, hizo todo lo que estaba en su mano y no solo sobrevivió sino que tuvo 2 hijos más y hoy, 10 años después, se dedica a divulgar lo que aprendió en el proceso: que tenemos mucho que aportar en el proceso de sanación.

La enfermedad es multifactorial. Cuantos más boletos compremos, más probabilidades tendremos de ganar la rifa: tabaco, alcohol, ultraprocesados, dieta insana, sueño insuficiente, obesidad, estrés, comer rápido, sedentarismo, emociones no gestionadas, falta de propósito vital, en algún caso genética y por supuesto carcinógenos externos – contaminación, pesticidas, radiaciones, etc –  que puedan estar en nuestra vida.

En sus libros comparte la dieta que le ayudó a superarlo así como consejos de estilo de vida que en su caso fueron determinantes.

Algún día tendremos la medicina integrativa que defiende Odile, que trate las personas en lugar de las enfermedades, que las escuche, las acompañe… desde un punto de vista holístico. Mientras tanto caminaremos en la promoción de una expansión de la conciencia, de la atención a quiénes somos de verdad, primer paso hacia esa nueva era, esa nueva civilización que deja atrás un paradigma de desconexión y  destrucción de la Naturaleza, de autodestrucción en realidad. Estas jornadas son siempre una dosis de entusiasmo y motivación para ello. Gracias a todas las personas que las hacen posibles.

Y termino con este texto de Carlos Espín que Gustavo Duch nos recordó:

“El árbol antena”. De “Cosechas. Relatos de mucha gente pequeña”, de Gustavo Duch.

Con Koldo Aldai en los cines Moncayo de Tudela:

Con Vali (de Valiente) en Los Fayos, en casa de mis amigos Rocío y Txutxín: