Apostando por la gimnasia emocional

Imagen del curso de verano UPV

Un cambio en el estado de la psique produce un cambio en la estructura del cuerpo y a la inversa, un cambio en la estructura del cuerpo produce un cambio en la estructura de la psique. Aristóteles.

Junio. Mes de finales. Descanso estival en las sesiones en Pepsico, fin de trayecto con el profesorado del Colegio San Prudencio  y cerrando el taller de bienestar de los lunes …

El cansancio está ahí. El trajín de preparar, ir, hacer, venir tiene su aquel, pero la satisfacción que se recoge lo compensa todo.  La persona que se acerca y te dice que ya duerme sin pastillas, otra que afirma gritar menos a sus hijos y muchas que el curso ha sido un placer … pues ya está, merece la pena.   Pero no nos engañemos. No todo es maravilloso en este viaje del autoconocimiento y del desarrollo personal.  Hay momentos en los que brotan incomodidades, días en los que la mente no para de rumiar y molesta, emociones que aparecen no se sabe bien de dónde y molestan, frustraciones ante determinadas dinámicas que molestan… pero el denominador común del conocimiento más consciencia es el de liberación.  Porque tiene que ver con hacernos dueños de nuestras vidas, con cambiar el porcentaje de reacción versus respuesta, con dejar buscar fuera lo que tenemos dentro, con tomar conciencia de nuestras luces y sombras para aceptarlas con amabilidad… y en última instancia, seguir caminando y creciendo a pesar de las piedras y obstáculos que podamos encontrar en la vida.

Ayer y hoy he tenido además la oportunidad de asistir a un curso de verano de la Universidad del País Vasco sobre «Conexiones entre la Salud y la Educación Emocional«, con Maite Garaigordobil, Juan Carlos Pérez-González, Igone Echeberria, Mª Carmen Ortega, María Sáinz, Javier Cejudo, Rafael Bisquerra y Dario Paez.

Y está muy bien escuchar de nuevo de boca de estos investigadores incansables toda la evidencia que ya sabemos que existe en esta conexión emociones-salud, porque me reafirma en este camino de la divulgación, de la psicoeducación, del intentar transmitir la importancia de nuestros pensamientos, emociones, de su regulación, de su expresión, no solo para evitar o sobrellevar mejor la enfermedad, sino  para nuestro completo bienestar físico, psicológico y social.

Ya no hay ninguna duda de que la alegría, el amor, la empatía nos hacen más resistentes a la enfermedad, reducen el cortisol, elevan nuestra inmunidad, nos reequilibran y nos alargan y mejoran la vida.  Y de que por el contrario, el odio, el miedo, la tristeza, la ira… nos debilitan, desequilibran, tensan y nos hacen más propensos a la enfermedad.  Saberlo está bien, pero necesitamos integrarlo, practicarlo, precisamos de herramientas, de entrenamiento emocional, para además de conocer ser capaces.

La respiración, la relajación, el mindfulness, la meditación, el movimiento consciente y yoga… grandes aliados en el gimnasio de las emociones. ¡Seguiremos entrenando!

¡Hasta el curso que viene! ¡Feliz y consciente verano!

Rafael Bisquerra en su ponencia: «Beneficios de la educación emocional para la salud»

De cómo mirarse honestamente a los ojos…

Recuerda que cuando señalas con el dedo, tres dedos te señalan a ti. Proverbio inglés.

Imagen: Toya Pérez

Seamos sinceros. Nos gusta criticar, nos lo pasamos bien juzgando. Es deporte nacional despotricar. Contra el gobierno, contra la oposición, contra la empresa, contra los jefes, contra los sindicatos, contra la Iglesia, contra los anarquistas, contra los ricos, contra los comunistas, contra los que llegan tarde, contra los vagos, contra los alternativos, contra los conservadores…, la lista es infinita… Nos embarcamos en batallas contra aquello que no soportamos, nos enfadamos, nos indignamos y nos empeñamos en criticar lo que sea que nos causa tanta desazón hasta convertirlo -en ocasiones- en nuestro modo de vida, envenenándonos con la química de la rabia perpetua.  A veces, somos nosotros mismos el objeto de la crítica, nos hacemos de menos, no aceptamos nuestro cuerpo, nos exigimos lo que no está escrito…

Otra alternativa es refugiarnos en distracciones más o menos saludables, llámense trabajo, apariencias, adicciones, hijos,  bienes materiales, deporte extremo y otro infinito mundo de excusas.  ¿Qué mejor manera de no enfocarme en lo mío?

Qué egoísta, ¿no? Con todo lo que ocurre a mi alrededor ¿enfocarme en lo mío? 

Ser el cambio que queremos ver en el mundo, es una maravillosa frase atribuida a Ghandi y que recogería precisamente esta idea de primero dedicarme a lo mío. Lo que no quiere decir:

  • Que no haya que ayudar al otro…, precisamente alienta a ser esa tipo de persona que intenta beneficiar al mayor número de personas posible cada día. Y no tienen por qué ser personas lejanas: la pareja, los hijos, la familia, compañeros de trabajo, vecinos… puede ser un buen comienzo, sin olvidar que la caridad bien entendida empieza por uno mismo.
  • Que no haya que luchar contra las injusticias…, precisamente anima a ser honesto y coherente con los principios de igualdad y no discriminación del otro. Y dentro del barrio, colegio o comunidad seguro que hay oportunidades.
  • Que no haya que favorecer al oprimido, precisamente supone convertirse en acompañante que empodera y facilita la pesca.
  • Que no haya que actuar, que no debamos movernos en la dirección de una sociedad mejor, precisamente empuja a ser esa sociedad mejor, a pulir esas pequeñas o grandes aristas que todos tenemos y cuyo roce provoca brechas de incomprensión, de incomunicación, de des-conexión, de insatisfacción.

Si cada uno de nosotros pudiéramos convertirnos en esa mejor versión, esa versión amable, equilibrada, que no tiene miedo, que se ha liberado del resentimiento envenenador,  del sufrimiento, que ha encontrado su misión en el mundo, el sentido profundo de la vida, que no necesita distracciones porque se ha dado cuenta que ya lo tiene todo en su interior… nuestro entorno estaría mejor y como un imparable efecto dominó, el mundo estaría mejor. ¿O preferimos dedicarnos a pretender cambiar el mundo sin trabajar «lo nuestro»?

Mirémonos fijamente a los ojos en el espejo que son los demás y seamos honestos:  empecemos a trabajar en nosotros lo que no nos gusta de los otros. Mirémonos para dentro y observemos nuestras emociones más desagradables, nuestro sufrimiento, nuestra infelicidad, nuestro vacío, nuestra insatisfacción…  Alguna pista para este trabajo interior:

  • Párate un momento y observa tu respiración: ¿Es rápida? ¿Es lenta? ¿Se queda en la parte alta de tus pulmones? ¿Llega a notarse en el abdomen?
  • ¿Puedes conectar con alguna emoción predominante ahora mismo? ¿Rabia? ¿Tristeza? ¿Culpa? ¿Asco? ¿Miedo? ¿La sientes en el cuerpo? ¿Sabes qué la desencadenó y qué quiere de ti? ¿Es proporcional a ese estímulo o viene del pasado? ¿Es dolorosa? ¿Opones resistencia?
  • Una vez que se toma conciencia de la emoción y se permite la experiencia, podemos dirigir suavemente nuestra inspiración allí donde sintamos esa emoción en el cuerpo, retener unos instantes el aire y exhalar muy despacio, soltando, dejando ir... repitiendo el ejercicio hasta que la emoción o emociones encadenadas se «disuelvan».

Ellas son nuestras aliadas. Si las permitimos, si las escuchamos, si las dejamos ir una vez cumplido su cometido y actuamos en consecuencia, serán nuestros trampolines a esa mejor versión, a esa vida mejor para nosotros y para los demás. Existe un impulso innato que nos hace caminar en esa dirección, así que no es fácil escapar… En el momento que podamos decir que nosotros estamos muy bien, habremos conseguido que  el mundo sea un poquito mejor. 

Y no es egoísmo, es resolver, es camino, es humanidad compartida.

Para profundizar:

Hawkins, D.  (2014) Dejar Ir: El Camino De La Entrega. Barcelona: El grano de mostaza.

Simón, V. (2011) Aprender a practicar mindfulness. Barcelona: Sello Editorial.

 

 

Miopía existencial e inteligencias…

Foto: Toya Pérez

[…] Para ser plenamente personales tenemos que ser plenamente impersonales.  […] Es dejar de otorgar un valor absoluto a lo que llamamos “mi cuerpo, mis pensamientos, mis emociones, mis acciones, mi vida, mi persona…”; comprender lo ridícula y miope que es nuestra tendencia a hacer que el mundo orbite en torno a nuestro limitado argumento vital –el definido por nuestro yo superficial-.  Mónica Cavallé.

Hay semanas especialmente intensas y esta ha sido una de ellas.

Comenzó con el regalo de poder compartir diálogo y meditación con Enrique Martínez Lozano.  Enrique es de esas personas cuya presencia inspira, contagia, invita a vivir lo que somos, a resolver el enigma de quiénes somos.  Enrique nos enseña a interpretar el malestar, a darnos cuenta de que es la señal de estar en la mente, de que, a pesar de ser un instrumento maravilloso, si nos identificamos con ella, nos atrapa y nos limita: “La mente forzosamente tiene que delimitar, separar y objetivar, llegando a conclusiones que, además de estar radicalmente condicionadas por los supuestos previos de donde parte, no podrán nunca reflejar directamente la verdad de lo que es, sino únicamente la interpretación que la propia mente hace de ello”.

La meditación formal es entrenamiento, pero se entrena para jugar el partido, se medita para jugar la vida, nuestro «partido» diario. Acallar la mente nos da la destreza necesaria para acoger con humildad el estado de consciencia más allá del estado mental, humildad ausente en parte del mundo académico y religioso más “ilustrado”, como reconoce Enrique en su último libro “La dicha de Ser”.

La semana continuó pudiendo escuchar a Begoña  Ibarrola hablar sobre inteligencia emocional y espiritual.  Durante muchos años, hemos cometido el error de abandonar la inteligencia emocional (interpersonal e intrapersonal), y de relegar a un segundo plano la inteligencia musical, corporal-cinestésica o naturalista, centrándonos únicamente en unas inteligencias lógico-matemática y lingüística limitadas, conduciendo al fracaso a los que se consideraba no llegaban a unos estándares construidos, e ignorando impresionantes talentos y fortalezas en otras áreas.

Muy poco a poco, las inteligencias múltiples de Howard Gardner van tomando peso, pero ahora podemos cometer el mismo error e ignorar la inteligencia espiritual. Las creencias y juicios arraigados sobre religión no ayudan, pero es responsabilidad de cada uno superarlos o seguir atrapados en el reduccionismo  obstinado, que a fin de cuentas limita nuestro crecimiento y evolución.

La inteligencia espiritual nos permite entender el mundo, a los demás y a nosotros mismos desde una perspectiva más profunda y más llena de sentido, nos ayuda a trascender el sufrimiento.

¿Vamos a seguir ignorándola?

 

Cavallé, M. (2006). La sabiduría recobrada. Filosofía como terapia. Barcelona: Kairós.

Martínez Lozano, E. (2016) La dicha del ser. No-dualidad y vida cotidiana. Bilbao: Desclée de Brouwer

¿Más leña al fuego?

Foto Toya Pérez

Foto Toya Pérez

Apártate del objeto de tu ira y contempla primero la ira misma. Esto es un poco como observar un fuego pero no seguir alimentándolo con leña. Mathieu Ricard

Han sido muchos años dando poder a la razón, nos parecía símbolo de evolución y cultura. Tantos, que nuestra capacidad de sentir parecía anestesiada… Llegó la inteligencia emocional, empezamos a acordarnos de Pascal, «el corazón tiene razones que la razón no entiende», o como nos dice ahora Roberto Aguado «la emoción decide y la razón justifica»… Nuestras emociones nos hablan, nos dicen dónde hay que mirar, nos ayudan a escuchar a la Vida, al cuerpo y en base a ellas podemos pensar, sentir y actuar en una dirección u otra.

¿Pero sabemos prestarles atención? Es difícil cuando estamos demasiado en la cabeza. La cháchara mental nos acompaña en todo lo que hacemos, nos lleva hacia el terreno de lo conocido, y de este modo todo discurre bajo la influencia de creencias, esquemas mentales, patrones de conducta más o menos elegidos, -más bien menos-, y los mensajes de nuestro sentir pasan desapercibidos. Observar la emoción nos permite:

  • Entender desde dónde actuamos en nuestro día a día
  • Tomar conciencia de si nos hemos quedado atrapados en una emocionalidad que nos limita
  • Decidir si queremos seguir apegados a ella o dejarla ir si ya no tiene sentido

Nuestro sentir nos da claves para nuestro proceso evolutivo: ¿Cómo te sientes? ¿Tras un arrebato de ira? ¿Tras una mala contestación al otro? No es agradable, ¿verdad? ¿Eres capaz de ver en ti el resentimiento, la envidia, el asco? ¿Puedes llegar a ver si detrás está el miedo? ¿Hay tristeza atrapada en ti? ¿Culpa? ¿Entiendes el mensaje de la emoción? Puede ser una invitación a la acción, a la huida, al rechazo, a la introspección, al cambio…

Tal y como nos dice Vicente Simón, mindfulness nos ayuda a la toma de conciencia de la emoción, permitiendo:

  • Sentir la emoción en el cuerpo
  • Darle nombre
  • Aceptarla y explorarla
  • Distanciarnos de ella

Hoy te invito a que escuches este tema de Ricardo Andrés Tomás sintiendo, tomando conciencia de lo que se mueve en ti, observándolo, dándote cuenta de que no eres los pensamientos, ni las sensaciones y emociones que puedan aparecer, percibiendo que puedes observar el instante y sobre todo… vivirlo.

¿Quieres dejar de echar leña a los fuegos de tu vida? Practica mindfulness

Emocionarse con Roberto Aguado

¿Quién es Vicente Simón?

Meditaciones Vicente Simón para ir practicando

 

¡Presente!

Foto: NickSweet

El regalo más precioso que podemos ofrecer a los demás es nuestra presencia. Cuando la atención plena abraza a nuestros seres queridos florecen como árboles en primavera. Thich Nhat Hanh.

12 de diciembre de 2016. ¿Recuerdas cuando ibas a clase y pasaban lista?: Fulanito De Tal:  ¡Presente!  Con esta sencilla palabra avisábamos de que estábamos ahí, al menos en cuerpo.  La mente quizás estaba en el patio, en la movidilla que habías tenido con tu amiga, o la discusión con tu madre por la hora de llegada de esa fiesta del fin de semana.

El modo defecto de la mente es el divagar, el salto de mata, la ensoñación y distracción. Ese pensar puede derivarse en una emoción, y esa emoción provocar más pensamiento, retroalimentándose y llevándonos a actuar de una manera u otra.  Si el pensamiento se sucede de manera más insconciente que consciente, sujeto a nuestro viejo sistema de creencias,  nuestro comportamiento también podrá ejecutarse de manera incontrolada, y echaremos mano del “yo soy así” para justificarlo.

Otras veces es la emoción la que aparece primero y el viaje de nuestro sistema límbico a la corteza cerebral es rápido, hay autopistas multicarril para ello. En cambio el viaje de vuelta es más complejo. Seguimos con la carretera nacional que no se podía adelantar, ni correr mucho, de ahí que resulte difícil cambiar una emoción desde la razón.  Ya nos lo explicó Daniel Kanheman en “Pensar rápido, pensar despacio”.

Mindfulness nos ayuda en la vivencia de la emoción:

  • A dejarla venir, ser y comunicarse con nosotros.
  • A sentirla, escucharla y relacionarnos con ella.
  • A dejarla ir cuando su misión haya terminado.

Pero si te sumerges en estas emociones, permitiéndote a ti mismo tirarte de cabeza a ellas, hasta el final, por encima de tu cabeza incluso, las vives de una manera plena y completa… Reconozco esa emoción. Ahora necesito desligarme de esa emoción por un momento. Mitch Albom  en «Martes con mi viejo profesor”.