¿Qué tiene la culpa que no la quiere nadie?

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Cuando señales a alguien con el dedo, recuerda que otros tres dedos te señalan a ti. Proverbio inglés.

La culpa es un patrón de respuesta emocional que surge de la creencia de haber transgredido normas éticas personales o sociales. En el diccionario aparece como “falta o delito cometido voluntariamente” o “responsabilidad de una acción negativa o perjudicial”; el caso es que es evidente que tiene muy mala fama y todos queremos escapar de ella como sea.

En su versión adaptativa, su función sería regular esa conducta social que nos resulta tan indeseable y  motivarnos a reparar el daño causado. Hasta aquí resulta comprensible y saludable. La culpa, o mejor la responsabilidad, sirve entonces para reconocer nuestros errores y facilitar conductas de reparación.

Pero nada en la experiencia humana resulta tan sencillo. La culpa está más que nunca en la calle, en boca de todos. Si las cosas van mal alguien tiene que ser culpable y ante la tesitura de qué pueda ser yo, mejor busco otro al que volcar el problema. Lo vemos cada día con el covid y la hostelería, la juventud, los deportistas, el vecino que ayer me pareció que llegaba a casa a las 22:05 o el cuñado que se fue al pueblo a dar de comer a las gallinas. Y no te digo nada si das positivo tras un test PCR… todas las alarmas de «qué habrás hecho mal» se disparan. Por si no fuera suficiente estar enfermo, igual te toca cargar con el sentimiento de culpa.

Buscar culpables para una pandemia que está poniendo patas arriba al planeta no parece fácil. Puede ser el resultado de una forma de vida imposible. Puede ser la forma de sacar a la luz deficiencias de un sistema insaciable que exprime a la madre Tierra sin piedad. Puede recordarnos lo vulnerables que somos y que el planeta no nos necesita pero nosotros a él sí.  Puede dejar ver carencias sociales y defectos de gestión. Puede forzarnos a construir una nueva humanidad basada en el bien común… pero mientras sigamos con el dedo acusador en alto, seguiremos en la rueda de hámster que no lleva a ninguna parte.

Es muy humano, concretamente muy del ego, pensar que nosotros somos correctos, tenemos criterio y el resto no. Que nosotros hacemos las cosas bien, -o que lo que hacemos nosotros mal, no hace daño a nadie-, y que son los demás los causantes de todo. Es un mecanismo de defensa muy habitual, dado que tomar la responsabilidad de lo que ocurre puede ser muy doloroso para nuestro personaje. También puede ser que la tendencia sea la contraria, echarnos sobre la espalda la responsabilidad de todo y vivir angustiados por ello. La culpa puede ser desadaptativa por exceso o por defecto, pero siempre hay un denominador común: una distorsión de cómo vemos e interpretamos la situación.

Venimos de una educación en la que hemos sido llamados pecadores incluso antes de nacer, nos hemos golpeado en el pecho nuestras culpas, hemos visto como pegaban y llamaban mala a una mesa por habernos tropezado con ella y todavía nos extrañamos de que la culpa campe por nuestro psiquismo a sus anchas, intentando buscar la “mesa” a la que llamar mala.

De este modo, la culpa en forma insana puede aparecer:

  • En formato sufrimiento: interiorizándola, sintiéndonos culpables o inocentes, mártires, víctimas, destinatarios de simpatías, pequeños, débiles…
  • En formato manipulador: obedece y sé bueno, haz esto o sino…, quiéreme o sino…, El marketing, los gobiernos, las religiones, los educadores, en definitiva los mecanismos de poder, explícita o implícitamente, la han usado a lo largo de todos los tiempos.
  • En formato «esto no va conmigo»: enmascarando el remordimiento y el malestar sin afrontamiento, sin asumir responsabilidades ni reparar daños, auto-engañándonos con que yo no hago nada malo.
  • En formato «proyectando fuera»: esto no va bien y alguien tiene que tener la culpa porque no debería ser así.

Y podemos quedarnos eternamente ahí, en la inconsciencia, en el “balones fuera” o en el “pobre de mí” o podemos movernos hacia su gestión sana:

  • Identificando qué conducta o pensamientos hacen que aparezca el sentimiento de culpa y los remordimientos. Reconociendo los pensamientos negativos, aceptándolos como parte de lo que somos en este momento, pero teniendo en cuenta que son pensamientos, no realidades. Habrá que cuestionarlos.
  • Tomando conciencia realista de nuestra responsabilidad y la de otros en lo sucedido. Buscando soluciones que reparen, comprometiéndonos a generar cambios soltando el pasado y mirando hacia delante.
  • Cultivando la humildad, descansar en el no sé cómo deberían ser las cosas. Abrazando y aceptando nuestros errores, siendo más compasivos con nosotros mismos y con los demás. Asumir el error, la imperfección y el fracaso como parte inevitable de la experiencia humana pero sin rebozarnos en el lodo.
  • Comprendiendo que lo hicimos/hicieron lo mejor que pudimos/pudieron con el nivel de consciencia de ese momento y que desconocemos por completo las historias que hay detrás de aquellos que no actúan como nosotros creemos que deberían actuar.
  • Aceptando el mundo tal y como es más allá de cómo nos gustaría que fuera,-a pesar de que no estemos de acuerdo, no nos guste, o no nos parezca justo-, pero actuando para ser la mejor versión de nosotros mismos y ser materia prima de calidad para ese nuevo mundo.
  • Siendo auténticos y cultivando nuestros valores y principios de manera honesta, no dejándonos influenciar por los “chantajes” de otros (personas, instituciones, empresas…). Ser yo el cambio que quiero ver.
  • Eligiendo no culpar, ni a nosotros ni a otros. Responsabilidad y reparación individual en su justa medida.
  • Comprendiendo de qué va la vida, que todo tiene un “para qué” más allá de lo evidente, y que no seamos capaces de verlo en estos momentos no quiere decir que no exista. Comprendiendo que todo está interrelacionado, que todas las acciones previas nos han llevado a lo que hay ahora, y que todo lo que hagamos ahora nos llevará al futuro que construyamos.

La próxima vez que la culpa asome bien hacia dentro o hacia fuera, tendremos una nueva oportunidad de entrenar nuestra atención, nuestra acción, nuestra consciencia hacia nuestros errores y nuestra comprensión hacia los de los demás.

¿Dónde me duele la vida?

Mientras más fuerte es el Ego, mayor es la probabilidad de que la persona piense que la fuente principal de sus problemas son los demás. Eckart Tolle

El viaje de la vida no es una travesía sencilla. Puede haber grandes baches, túneles oscuros y obstáculos, pero también subidas a pequeñas cimas y todo ello con diferentes meteorologías. A veces se avanza, parece que hace sol y de repente aparece una tormenta y te pillas en las mismas reacciones o situaciones de siempre.

El caso es que nos cuesta reconocernos en lo de fuera. Cuando las cosas van mal, cuanto más en el ego estemos más pensaremos que el problema tiene que ver con los demás. Cuanto más desconectados de lo que realmente somos estemos, menos capaces seremos de traducir el mensaje de lo que ocurre. Es fácil y humano pensar que las cosas van «mal» porque el gobierno hace esto o lo otro,  porque mi empresa tal o cual, mi salud es precaria, no tengo dinero, mi pareja no me entiende, mis hijos no son como yo quiero que sean, o la «gente» es esto o lo otro . Nuestra mente ha sido diseñada para ello: pensamiento incesante y en un alto porcentaje relacionado con criticar, recriminar, rumiar pasado o adivinar futuros…. En nuestro cerebro se van grabando circuitos neuronales con las creencias de cómo deberían ser las cosas y cuándo la realidad no se ajusta pienso que la realidad se equivoca.

Pero la realidad nunca se equivoca, la realidad es.  Y que sea no quiere decir que me guste, que me parezca justa o que esté de acuerdo, pero el tema es que es. La vida se expresa a través de lo nos ocurre fuera, se “materializa” en la realidad que vemos cómo forma de decirnos dónde enfocar nuestro trabajo personal. Y además lo hace insistentemente, de ahí que se nos repitan situaciones de pareja, trabajo, salud, económicas, etc. Ya lo decía Carl Jung  con su «a lo que te resistes persiste».

Nos distraemos cuando en lugar de ocuparnos de nuestros “dolores” nos enfocamos en los de otros. El mundo nos parece que está fatal porque los humanos que lo ocupan están fatal, pero pretender que el mundo cambie sin mi aportación no parece realista. El sesgo de correspondencia es un atajo cerebral defensivo que solo tiene en cuenta el contexto para justificar una acción propia. Un ejemplo de este verano: en una parada de autobús veo como dos mujeres hablan sobre covid, con la mascarilla bajada y fumando, y critican la situación de rebrotes porque los jóvenes no se toman en serio llevar la mascarilla. Incluso cuando apagan su cigarro siguen con la mascarilla bajada porque «hace calor y me ahogo».

Y ampliando el ejemplo podemos reconocernos en criticar el cambio climático por lo que hacen otros ; podemos decir a un hijo que  no grite gritando, o que no beba bebiendo…  Y ya se ha dicho toda la vida: nos resulta fácil ver la paja en el ojo ajeno… y así escapamos de resolver lo nuestro.

La vida nos duele en diferentes áreas y la mala suerte o las acciones de otros suelen ser las agraciadas con la responsabilidad, pero en el viaje hacia la madurez humana toca ver qué hago con mi túnel particular: ¿una enfermedad?, ¿un trabajo que no llena?, ¿un jefe o jefa déspota?, ¿problemas económicos?, ¿conflictos de pareja, hijos, familia, colega…?, ¿insatisfacción vital?

En la maleta de viaje hacia una mayor conciencia debemos incluir:

  • Atención: solo desde una mirada atenta podremos ver qué nos dice la vida a través de lo que nos ocurre y enfocarnos a ello, no despistarnos con lo de otros. Cuando tú cambias todo cambia y no se trata de grandes hazañas… cada pequeño pasito cuenta. Empieza por observar qué hay y qué estás haciendo con lo que hay.
  • Humildad: cuando creo que sé dejo de aprender. Cuando me cierro a nuevas perspectivas solo porque no cuadran con lo que mi mente egoica dice, estoy perdiendo la oportunidad de evolucionar. Ese ego ha sido condicionado por siglos de pensamiento y mucho contenido ya no tiene ningún sentido.
  • Valentía: seguir en un camino criticado por aquellos que no quieren tomarlo  requiere valor para no sucumbir a presiones de lo establecido. Qué los miedos de los demás no te contagien.
  • Sin olvidar incluir flexibilidad, paciencia, confianza, honestidad, decisión… un poco de locura y sentido del humor y mucho amor, hacia ti mismo/a y hacia los demás. En cada momento todos hacemos lo que podemos con el nivel de conciencia que tenemos, y perdonarnos y perdonar se hacen imprescindibles para no intoxicarnos con el veneno del resentimiento y la culpa.

La vida es una escuela y las lecciones que cada uno venimos a aprender son diferentes. El estudiante de biología no compara sus libros con el estudiante de filología inglesa.  Saben que cada uno tiene unas asignaturas que superar y se enfocan a ello. ¿Tienes identificada tu asignatura? Alguna pista:

  • Salir del control, el perfeccionismo y la rigidez
  • Poner límites, saber pedir, quererte
  • Soltar el qué dirán y la preocupación por la imagen
  • Ser uno mismo y seguir un camino diferente al establecido
  • Practicar la generosidad y el desapego material
  • Superar miedos
  • Dejar de malgastar dinero y energía en narcotizarte con lo externo para volver la mirada hacia dentro
  • Respetar al planeta y a todos los seres que lo habitan
  • Abrirte a la diferencia para construir en la cooperación y no desde el individualismo
  • Salir del «sofá» y poner en marcha de una vez tus talentos

Hay tantas asignaturas como personas, pero también hay algunas que podemos considerar troncales en la carrera de la vida:

  • Encontrar el propósito vital
  • Ser felices independiente de lo que pase fuera
  • Aprender a amar todo como parte de nuestro camino y de  lo que hemos venido a hacer

Enfoquémonos en nuestras lecciones de vida, son únicas y especialmente diseñadas para nuestra evolución. Nuestros “dolores de vida”, esa crisis o ese túnel que parecen no tener salida, pueden ser la puerta de entrada hacia una vida más plena… si sabemos ver el mensaje que traen.

Reencontrándonos con la Naturaleza

Las sextas jornadas de Psicología Transpersonal  y Espiritualidad celebradas este fin de semana en Tudela han puesto esta vez el foco en la necesidad de reencontrarnos con la Naturaleza. Naturaleza con mayúsculas porque no se trata de ir de picnic el domingo al campo… se trata de volver a conectarnos con lo que somos, porque a pesar de habernos percibido fuera, nunca hemos dejado de ser Naturaleza.

Como nos recuerda José Luis Escorihuela “Ulises”, el punto de partida para ir hacia una sociedad más ecológica sería darnos cuenta de quiénes somos realmente. Debemos entrenar la atención, crecer en consciencia, para recuperar esa conexión con la totalidad, para apreciar lo que las personas hacen bien y salir de la queja, para cocrear un mundo mejor en el que el amor sea parte imprescindible de la ecuación, sanando las heridas que nos permitan volver a equilibrarnos y recuperar la salud que el desequilibrio nos ha provocado.

Koldo Aldai nos ayuda a recordar las leyes universales  que rigen nuestra vida aunque no nos percatemos de su existencia. La Madre Tierra es la viva encarnación de la ley del amor:  la Naturaleza nos regala sol gratis para todos, frutos, flores, oxígeno… de manera incondicional, con generosidad infinita. La ley de causa y efecto nos invita a sembrar lo que queremos recoger en el futuro, a dar lo mejor de nosotros para crear una nueva civilización basada en la colectividad y en una auténtica sostenibilidad más allá de la moda de la palabra.

La Naturaleza nos llena de energía, nos ayuda a elevar nuestra vibración a nutrirnos emocionalmente, nos lleva a la comunión con cuánto es. Y ello nos debería llevar a devolverle todo ese amor incondicional, a cuidarla, a respetarla, dejando atrás el maltrato, la explotación, el creernos dueños y aprovecharnos de los recursos para nuestro lucro.

Debemos ser el ejemplo que queremos ver en el mundo: responsables, coherentes, fieles a la solidaridad universal… defendiendo con alma. El combate y el odio contaminan y alimentan más odio.

Como nos recuerda Thich Nhat Hanh, debemos despertar al hecho de que la vida es un milagro, vivir con conciencia y gratitud, generar paz y compasión, poniendo amor y ternura en todos los pasos que demos sobre la Tierra.

Gustavo Duch nos extiende su receta vital: “cada día consuma dos o tres conversaciones; retire de las comidas la rapidez y las prisas; escuche a su cuerpo cada ocho horas; grite profundamente frente a una injusticia o colectivice sus luchas. Y me llora todas las penas y me ríe sin límites”.

Y nos muestra las consecuencias de un modelo agroindustrial que se acaba porque agota los recursos, aniquila especies y anula la dignidad en las condiciones de los trabajadores del campo. Desde las pantallas de las ciudades es difícil darse cuenta de la finitud del planeta, se hace necesario volver a una vida rural ecodependiente y en comunidad.

El testimonio de Carlos Cañaverales de una vida autosuficiente, en contacto con la naturaleza, fuera de lo convencional, nos hace plantearnos si tienen sentido muchas de las necesidades que nos creamos… Muchas de ellas tienen que ver con creencias, con miedos… y otras con nuestra falta de tiempo. Nos llenamos de cacharros que se supone nos facilitan la vida, pero quizás la vida sería más fácil si simplemente tuviéramos más tiempo. Estamos hipnotizados con los mantras que los medios de comunicación y el marketing nos instalan y urge despertar

La Naturaleza está en continua transformación y nosotros como parte de ella también. Queremos seguridad, calma… pero las tormentas son necesarias. No queda otra que abrir la mente y explorar nuevos escenarios de vida que no destruyan lo que somos.

Félix Rodrigo Mora agita conciencias, nos hace plantearnos cuanto de lo que creemos que sabemos no es más que adoctrinamiento limitante. Su punto de vista invita a la experiencia, a la reflexión, a un pensamiento libre, a un individuo capaz de desarrollar las capacidades innatas del ser humano: fortaleza, voluntad, autoconstrucción, vigor, amor y sentir profundo.

Odile Fernández es la prueba viviente de que podemos aceptar los diagnósticos pero nunca los pronósticos. Con 32 años y un pequeño de 3 años fue diagnóstica de un cáncer de ovario con metástasis con el que se supone que no podría vivir mucho tiempo.  Pero no se conformó. Cambió su alimentación y estilo de vida, hizo todo lo que estaba en su mano y no solo sobrevivió sino que tuvo 2 hijos más y hoy, 10 años después, se dedica a divulgar lo que aprendió en el proceso: que tenemos mucho que aportar en el proceso de sanación.

La enfermedad es multifactorial. Cuantos más boletos compremos, más probabilidades tendremos de ganar la rifa: tabaco, alcohol, ultraprocesados, dieta insana, sueño insuficiente, obesidad, estrés, comer rápido, sedentarismo, emociones no gestionadas, falta de propósito vital, en algún caso genética y por supuesto carcinógenos externos – contaminación, pesticidas, radiaciones, etc –  que puedan estar en nuestra vida.

En sus libros comparte la dieta que le ayudó a superarlo así como consejos de estilo de vida que en su caso fueron determinantes.

Algún día tendremos la medicina integrativa que defiende Odile, que trate las personas en lugar de las enfermedades, que las escuche, las acompañe… desde un punto de vista holístico. Mientras tanto caminaremos en la promoción de una expansión de la conciencia, de la atención a quiénes somos de verdad, primer paso hacia esa nueva era, esa nueva civilización que deja atrás un paradigma de desconexión y  destrucción de la Naturaleza, de autodestrucción en realidad. Estas jornadas son siempre una dosis de entusiasmo y motivación para ello. Gracias a todas las personas que las hacen posibles.

Y termino con este texto de Carlos Espín que Gustavo Duch nos recordó:

“El árbol antena”. De “Cosechas. Relatos de mucha gente pequeña”, de Gustavo Duch.

Con Koldo Aldai en los cines Moncayo de Tudela:

Con Vali (de Valiente) en Los Fayos, en casa de mis amigos Rocío y Txutxín:

 

¿Qué nos pasa a los seres humanos?

Imágenes: Toya Pérez

Vemos las cosas, no como son, sino como somos nosotros. Immanuel Kant.

¿Por qué somos como somos? O mejor ¿Por qué nos comportamos como nos comportamos? ¿Por qué repetimos patrones ancestrales? ¿Por qué no aprendemos de errores pasados?

Si eres amante de la historia, lees novela ambientada en otras épocas o simplemente te entretienes con el  Ministerio del Tiempo en la tele, constatarás que desde que el mundo es mundo nos hemos peleado por territorios, dinero, poder, religión, nos hemos enfadado con algún vecino o familiar, hemos sufrido o infringido abandono, rechazo o autoridad… y aunque tomen formas diferentes según los tiempos,  en el fondo, comparten una base común llamada EGO.

Cuando se nombra la palabra ego inmediatamente nos viene a la mente, el  YO con mayúsculas, ese tipo de persona que consideramos egocéntrica, narcisista con ansias de acaparar toda la atención posible hacia su persona y seguramente nos parezca que no estamos en esa categoría de humano y por tanto pensemos que esto no va con nosotros.

Pero no… ego se refiere a nuestra identificación con los pensamientos, a pensar que esa voz de la cabeza dice la verdad, a creernos que somos la mente, que somos el instrumento, independientemente de si los pensamientos son egocéntricos, humildes o neutros. Los pensamientos nos acompañan todo el día, provienen de creencias profundas que se han ido instalando en nosotros de manera lenta, inconsciente… creencias heredadas de nuestros padres, abuelos… de nuestras circunstancias socio-culturales…  algunas son limitantes, otras expansivas, algunas agradables, otras terroríficas… En base a ellas se piensa, se siente y actúa.

Las creencias suponen los filtros con los que vemos el mundo, nuestras gafas. ¿Qué hace que nos creamos más o menos que otras personas, razas, culturas…? ¿Qué permite que continuamente enjuiciemos lo que hacen o dejan de hacer otros? ¿Por qué Don Dinero domina todo? ¿Por qué entendemos que lo nuestro – nuestra medicina, nuestra religión, nuestra cultura, nuestras normas sociales, nuestro progreso – es lo bueno y además nos empeñamos en imponerlo?

En resumen, ¿por qué creemos que hay nosotros y otros?

Mira de qué manera tan graciosa explica el ego Fidel Delgado, en este vídeo de 2 minutos:

Identificados con el ego nos creemos separados, no percibimos el trasfondo de unidad universal que asoma cuando nos distanciamos de esta voz interna. En la consciencia, en la atención, vemos el ego como un instrumento más de nuestro paso por esta vida, un instrumento válido, del que no hay que renegar o huir, un instrumento que hay que afinar e integrar en nuestra experiencia vital.

El viaje:

  • de la mente errante o piloto automático a la atención plena
  • de la inconsciencia a la consciencia
  • del condicionamiento a la libertad
  • del ego a la esencia

es el viaje que libera de patrones ancestrales, de reacciones automáticas, de repeticiones incomprensibles, del sufrimiento. Este viaje nos permite aclarar la mirada, tomar distancia y ver esas gafas, comprender, ver en lo que más nos molesta del otro el reflejo de nuestras propias limitaciones, nos ayuda a evolucionar, a crecer…  No es un viaje fugaz, ni fácil… es el viaje de la vida.

Para profundizar:

Tolle, E., (2001)  El poder del ahora. Madrid: Gaia

Tolle, E., (2006) Un nuevo mundo ahora. Barcelona: Grijalbo

¿Dónde te apetece poner el foco hoy?

Imágenes: Toya Pérez

¡Qué bien estamos! Araceli Elorrieta

Durante los días 1 y 2 de marzo, en la sede de la UNED de Vitoria, el Dr. Juan Carlos Pérez González nos brindó la oportunidad de viajar a la emoción desde la ciencia y de comprobar, una vez más, la importancia de la inteligencia emocional en nuestra felicidad.  Cuando mejora, lo hace también nuestra salud psicológica, el bienestar, la calidad de vida, así como la salud física -hay estudios que demuestran que se reduce el cortisol y el azúcar en sangre-.  La inteligencia emocional influye en nuestro desarrollo personal, profesional y académico.

La relajación, la meditación son estrategias de regulación emocional que aumentan la capacidad de enfocar la atención y de modular la respuesta ante los estímulos.  Estamos programados para prestar atención a lo negativo para sobrevivir. Lo positivo no suele ser peligroso, por lo que nos cuesta más  dirigir nuestra mirada a todo lo bueno que nos rodea, y de ahí que sea preciso entrenar para no dejarnos llevar por estos instintos primarios de supervivencia. Tener una madre como la mía que cada poco dice “¡Qué bien estamos!” resulta de maravillosa ayuda (¡Gracias!), lo que no evita que siga practicando porque, evidentemente, no siempre es fácil llevarlo a cabo. Como decía un compañero de trabajo esta mañana, podemos usar el dolor como una piedra en el camino, o como una zona para acampar (Alan Cohen). En la vida no todo van a ser rosas, pero cuánto tiempo nos enfoquemos en la piedra o cuánto en la flor sí será nuestra elección.

Entrenar la atención nos ayuda a desconectar el piloto automático, a estar presentes, a despertar a una nueva forma de vivir. Su práctica, además de la reducción del estrés  y de la ansiedad, de mejorar la regulación emocional y el autoconocimiento, produce cambios en nuestro cerebro, incrementando la capacidad de concentración, de percibir esos pequeños detalles que pueden ser la diferencia entre bienestar y malestar, de decidir donde ponemos «el foco».

Además de disfrutar con este curso de la UNED, tuve la oportunidad de compartir pupitre con Leticia Garcés Larrea, increíble profesional de la educación emocional, y de darme cuenta -de nuevo- de cómo la vida te va poniendo delante las personas adecuadas en cada momento. Visita su web aquí.

La pregunta que podemos hacernos hoy sería: ¿dónde queremos poner el foco? ¿En lo bueno que la vida nos ofrece, en las oportunidades, en el crecimiento y la evolución? ¿O preferimos seguir dejándonos llevar por el modo defecto programado para el peligro, los problemas y el miedo?

Entrenar la atención nos permite dejar de estar desconectados:

  • Del presente, de nuestras sensaciones, percepciones, impulsos, emociones, pensamientos, de lo que decimos, de nuestros cuerpos, de nuestra intuición.
  • De nuestros sentidos,  de los sonidos que nos transmite el aire, de la belleza de las flores , de la naturaleza, del olor de la tierra mojada…
  • De la vida, del mundo externo, del efecto que provocamos en los demás, de lo que les preocupa o interesa, de lo que dicen detrás de sus palabras.
  • De todo lo positivo que tenemos, de todos los pequeños y maravillosos detalles que cada día asoman y no somos capaces de ver porque estamos distraídos con nuestras preocupaciones mentales, obsesionados con el pasado o el futuro…

Como guinda del pastel, el 7 de marzo Enrique Martínez Lozano volvió a engancharnos en Adurza con su manera de explicar lo inexplicable, con su forma de despertarnos de la hipnosis en que vivimos cuando nos identificamos con las construcciones de la mente, que piensa que la felicidad es algo que está fuera de nosotros y además en el futuro.

Tomar distancia de nuestro parloteo mental,  acallar su incesante discurso entrenando la atención nos permite conectar con nuestra plenitud, nuestra esencia, con «La dicha de Ser«.

Hoy te invito otra vez a ver un vídeo de Fernando Valero. ¿Podrás dedicarle 8 minutos de atención?

Kabat-Zinn, J. (2005). La práctica de la atención plena. Barcelona: Kairós.

Tienes un email…. Remitente: Tu cuerpo.

Imágenes: Toya Pérez

El cuerpo nos habla en susurros; si no somos conscientes de su mensaje, nos habla más alto; si aún no sabemos entender o no hacemos caso, nos sigue hablando más y más alto hasta que nos da un grito…

Eric Rolf.

¡Y ya estamos en marzo! Es increíble cómo pasan las semanas…  En clase, hemos dedicado el mes de febrero a profundizar en la escucha al cuerpo, al síntoma, a pasar de entenderlo como un acontecimiento inoportuno que debe ser reprimido lo antes posible, a verlo como la forma que tiene el cuerpo de expresarse, de decirnos que quizás algo no anda del todo bien.

La atención juega un papel fundamental.  Si nuestra atención se dirige al problema, a la crisis, se centra en uno mismo y se enreda con la narración que nos contamos acerca del tema, nuestra ansiedad y temor aumentarán, lo que, lejos de favorecernos, nos restará energía y ralentizará la curación.

Si, por el contrario, conectamos con el modo en que experimentamos el síntoma, si dirigimos nuestra atención a nuestras reacciones, sin interpretaciones, sin juicios… Si damos la bienvenida a lo que sea que aflora –ira, rechazo, miedo, desesperación, resignación -, tomando distancia, sin dejarnos arrastrar… estaremos procurando una atención “sabia” a la enfermedad, a los síntomas que están aquí y ahora formando parte de nuestra experiencia.

Prestar atención sabia al síntoma significa dejar de identificarse con él, de reprimirlo, de esconderlo, dejar de “matar al mensajero”, de limitar nuestras posibilidades y, en consecuencia, dejar de alejarnos del aprendizaje y del crecimiento.

La causa de la enfermedad es multifactorial, no vamos a poder intervenir en absolutamente todas sus causas, pero sí podemos aportar mucho con esta escucha al cuerpo, con esta toma de conciencia de los mensajes que nos envía, para tomar las riendas y poner todo lo que esté de nuestra parte, desde la comprensión y el amor. Si tu cuerpo se rompe, ¿dónde vivirás?  A veces nos preocupan más las goteras de la casa, los arreglos del coche, que las averías de nuestro propio cuerpo… ¿Eres consciente de tus «goteras»?  Quizás te estén indicando dónde mirar:

  • ¿En tu alimentación?
  • ¿En el ejercicio físico que haces o dejas de hacer?
  • ¿En tus horas y calidad de sueño?
  • ¿En cómo te tomas las cosas? ¿Vives en la prisa, en el estrés continuo? ¿Buscas una perfección imposible, un control extremo, la seguridad absoluta? ¿Te preocupa en exceso el qué dirán, el futuro? ¿O es el pasado el que te está superando? ¿Te sientes imprescindible? ¿Te atrapan unos barrotes de creencias, dogmas, normas sociales que limitan tu crecimiento? ¿Te quieres?
  • ¿O debes dirigir tu mirada a tu propósito de vida?

La meditación nos ayuda a trabajar con el dolor, con las crisis. No es casualidad que se parezca tanto a medicación. Mindfulness implica el esfuerzo deliberado de observar y aceptar, instante tras instante, el malestar físico y las emociones más encrespadas.

Como nos dice Jon Kabat-Zinn, una actitud mindfulness en la enfermedad sería:

«La disposición de acercarse al dolor, abrirse instante tras instante y aprender de él de un modo amable y compasivo con un mismo. Abrirse a las experiencias desagradables y no queridas con la intención de aprender de ellas»

De acuerdo, no es fácil… requiere práctica… como casi todo…

Para saber más:

Bertherat, T. y Bernstein, C. (1976). El cuerpo tiene sus razones. Madrid: Paidós.

Bizkarra, K. (2005). Cuidarte para curarte. Madrid: Dilema.

Dethlefsen, T. y Rudiger, D. (2009). La enfermedad como camino. Barcelona: Debolsillo.

Kabat-Zinn, J. (2016). Vivir con plenitud las crisis. Barcelona: Kairós.

Maris Maruso, S. (2011). El laboratorio del alma.  Barcelona: Vergara.

Rolf, E. (2015). La medicina del alma. Barcelona: Zenith.

Bienestar ¿sí o no?

Entre el estímulo y la respuesta hay un espacio. En ese espacio reside nuestra libertad y nuestra capacidad de escoger una respuesta. Y en nuestra respuesta reside nuestro crecimiento y nuestra felicidad. Viktor Frankl.

3 de octubre de 2016.  Comienzo un nuevo curso con un nuevo grupo: “Mindfulness para la conquista del bienestar”.  Bienestar… suena bien ¿Verdad?  ¿No lo queremos todos? ¿Y por qué nos empeñamos en estresarnos, en ir corriendo a todo, en sufrir, en tener miedo al futuro, en quedarnos atrapados en el pasado?

Es que … son tiempos difíciles, el trabajo es precario, el mundo está en guerra, el gobierno no me gusta, mi empresa no está bien, mi jefe me hace la vida imposible, mi pareja no me quiere, mi hijo está rebelde… si cambiara todo esto entonces yo estaría bien. ¿Seguro?  Echar la culpa a lo que ocurre nos proporciona una justificación sencilla para estar atrapados en un estado de ánimo determinado.  Pero no nos engañemos… nosotros mismos nos damos cuenta que a veces no basta con que nuestras circunstancias mejoren para que nosotros lo hagamos.

¿Qué hacer entonces? Es hora de mirar hacia adentro.  El Universo es infinito, el futuro incierto… nuestra energía limitada y desgastarnos en mirar fuera no nos provoca más que angustia y sufrimiento. La clave la tenemos todos y cada uno de nosotros.  Pero está enterrada entre viejas creencias, hábitos y formas de pensar-sentir-actuar que nos dominan y guían sin que tengamos consciencia de ello.  Con la práctica del Mindfulness o Atención-Conciencia plena trataremos de acceder a esa clave.

La atención plena nos ayuda a darnos cuenta de lo que ocurre en cada momento. Nos permite tomar conciencia de manera intencionada de los pensamientos que me visitan, de su velocidad, veracidad… ¿son pasado? ¿son futuro? Nos invita a darnos cuenta de las sensaciones y emociones que nos invaden y a veces arrastran… Mindfulness nos da espacio, nos permite cambiar reacción por respuesta, nos acompaña en el viaje del autoconocimiento y nos ayuda a reconectarnos con nosotros mismos.

¿No parece tan difícil de entender verdad? Es simple, pero no es fácil llevarlo a la vida.  Solo requiere práctica. Aquí y ahora.  ¿Te animas?

Información: Ipace Psicología Aplicada