¿Qué tiene la culpa que no la quiere nadie?

Imagen pixabay

Cuando señales a alguien con el dedo, recuerda que otros tres dedos te señalan a ti. Proverbio inglés.

La culpa es un patrón de respuesta emocional que surge de la creencia de haber transgredido normas éticas personales o sociales. En el diccionario aparece como “falta o delito cometido voluntariamente” o “responsabilidad de una acción negativa o perjudicial”; el caso es que es evidente que tiene muy mala fama y todos queremos escapar de ella como sea.

En su versión adaptativa, su función sería regular esa conducta social que nos resulta tan indeseable y  motivarnos a reparar el daño causado. Hasta aquí resulta comprensible y saludable. La culpa, o mejor la responsabilidad, sirve entonces para reconocer nuestros errores y facilitar conductas de reparación.

Pero nada en la experiencia humana resulta tan sencillo. La culpa está más que nunca en la calle, en boca de todos. Si las cosas van mal alguien tiene que ser culpable y ante la tesitura de qué pueda ser yo, mejor busco otro al que volcar el problema. Lo vemos cada día con el covid y la hostelería, la juventud, los deportistas, el vecino que ayer me pareció que llegaba a casa a las 22:05 o el cuñado que se fue al pueblo a dar de comer a las gallinas. Y no te digo nada si das positivo tras un test PCR… todas las alarmas de «qué habrás hecho mal» se disparan. Por si no fuera suficiente estar enfermo, igual te toca cargar con el sentimiento de culpa.

Buscar culpables para una pandemia que está poniendo patas arriba al planeta no parece fácil. Puede ser el resultado de una forma de vida imposible. Puede ser la forma de sacar a la luz deficiencias de un sistema insaciable que exprime a la madre Tierra sin piedad. Puede recordarnos lo vulnerables que somos y que el planeta no nos necesita pero nosotros a él sí.  Puede dejar ver carencias sociales y defectos de gestión. Puede forzarnos a construir una nueva humanidad basada en el bien común… pero mientras sigamos con el dedo acusador en alto, seguiremos en la rueda de hámster que no lleva a ninguna parte.

Es muy humano, concretamente muy del ego, pensar que nosotros somos correctos, tenemos criterio y el resto no. Que nosotros hacemos las cosas bien, -o que lo que hacemos nosotros mal, no hace daño a nadie-, y que son los demás los causantes de todo. Es un mecanismo de defensa muy habitual, dado que tomar la responsabilidad de lo que ocurre puede ser muy doloroso para nuestro personaje. También puede ser que la tendencia sea la contraria, echarnos sobre la espalda la responsabilidad de todo y vivir angustiados por ello. La culpa puede ser desadaptativa por exceso o por defecto, pero siempre hay un denominador común: una distorsión de cómo vemos e interpretamos la situación.

Venimos de una educación en la que hemos sido llamados pecadores incluso antes de nacer, nos hemos golpeado en el pecho nuestras culpas, hemos visto como pegaban y llamaban mala a una mesa por habernos tropezado con ella y todavía nos extrañamos de que la culpa campe por nuestro psiquismo a sus anchas, intentando buscar la “mesa” a la que llamar mala.

De este modo, la culpa en forma insana puede aparecer:

  • En formato sufrimiento: interiorizándola, sintiéndonos culpables o inocentes, mártires, víctimas, destinatarios de simpatías, pequeños, débiles…
  • En formato manipulador: obedece y sé bueno, haz esto o sino…, quiéreme o sino…, El marketing, los gobiernos, las religiones, los educadores, en definitiva los mecanismos de poder, explícita o implícitamente, la han usado a lo largo de todos los tiempos.
  • En formato «esto no va conmigo»: enmascarando el remordimiento y el malestar sin afrontamiento, sin asumir responsabilidades ni reparar daños, auto-engañándonos con que yo no hago nada malo.
  • En formato «proyectando fuera»: esto no va bien y alguien tiene que tener la culpa porque no debería ser así.

Y podemos quedarnos eternamente ahí, en la inconsciencia, en el “balones fuera” o en el “pobre de mí” o podemos movernos hacia su gestión sana:

  • Identificando qué conducta o pensamientos hacen que aparezca el sentimiento de culpa y los remordimientos. Reconociendo los pensamientos negativos, aceptándolos como parte de lo que somos en este momento, pero teniendo en cuenta que son pensamientos, no realidades. Habrá que cuestionarlos.
  • Tomando conciencia realista de nuestra responsabilidad y la de otros en lo sucedido. Buscando soluciones que reparen, comprometiéndonos a generar cambios soltando el pasado y mirando hacia delante.
  • Cultivando la humildad, descansar en el no sé cómo deberían ser las cosas. Abrazando y aceptando nuestros errores, siendo más compasivos con nosotros mismos y con los demás. Asumir el error, la imperfección y el fracaso como parte inevitable de la experiencia humana pero sin rebozarnos en el lodo.
  • Comprendiendo que lo hicimos/hicieron lo mejor que pudimos/pudieron con el nivel de consciencia de ese momento y que desconocemos por completo las historias que hay detrás de aquellos que no actúan como nosotros creemos que deberían actuar.
  • Aceptando el mundo tal y como es más allá de cómo nos gustaría que fuera,-a pesar de que no estemos de acuerdo, no nos guste, o no nos parezca justo-, pero actuando para ser la mejor versión de nosotros mismos y ser materia prima de calidad para ese nuevo mundo.
  • Siendo auténticos y cultivando nuestros valores y principios de manera honesta, no dejándonos influenciar por los “chantajes” de otros (personas, instituciones, empresas…). Ser yo el cambio que quiero ver.
  • Eligiendo no culpar, ni a nosotros ni a otros. Responsabilidad y reparación individual en su justa medida.
  • Comprendiendo de qué va la vida, que todo tiene un “para qué” más allá de lo evidente, y que no seamos capaces de verlo en estos momentos no quiere decir que no exista. Comprendiendo que todo está interrelacionado, que todas las acciones previas nos han llevado a lo que hay ahora, y que todo lo que hagamos ahora nos llevará al futuro que construyamos.

La próxima vez que la culpa asome bien hacia dentro o hacia fuera, tendremos una nueva oportunidad de entrenar nuestra atención, nuestra acción, nuestra consciencia hacia nuestros errores y nuestra comprensión hacia los de los demás.

Dejar de hacer ¿misión imposible?

Tras mucho andar, mucho parar. Refranero castellano.

Podemos hacer mil y una lecturas diferentes de esta situación que estamos viviendo con la crisis del covid-19.  Podemos buscar causas diversas, en cada lugar realizar acciones diferentes y cada persona mostrará reacciones distintas según su personalidad, vivencia o situación particular.

Cómo personas diferentes, con experiencias, miedos, creencias y niveles de consciencia diferentes, trataremos de superarlo de la mejor manera posible. En algunos casos nos confrontará con situaciones límite, incluso con pérdidas  o situaciones muy angustiosas a nivel personal y laboral y hará falta una buena dosis de resiliencia. En otros, viviremos un confinamiento obligado pero tranquilo,  en unas casas mayoritariamente bien equipadas y con neveras surtidas, pero que aún y todo puede generar incomodidad en ciertos casos.

En todas y cada una de las situaciones no nos quedará otra que trabajar la aceptación del momento presente sea el que sea. Aceptación que no resignación, que no estar de acuerdo, que no que nos guste, que no pasividad o desapego emocional. Aceptación para no resistirnos, para no pelearnos con lo que hay, para no desgastar nuestra energía limitada en lo que no se puede cambiar y derivarla a lo que sí puede cambiarse.

Aceptación de que nuestra vida habitual ha cambiado y ahora, en el mejor de los casos no nos olvidemos, nos toca parar. Para muchas personas están siendo días de actividad frenética por sus trabajos y para otras una innegable oportunidad para la pausa. Y lo que podemos cambiar y trabajar es como nos enfrentamos a esta parada. Durante las últimas semanas se han multiplicado exponencialmente las opciones para “hacer”:

  • Sugerencias mil de cómo invertir tu día: manualidades, juegos, recetas, limpieza general…
  • Ofertas online de todo tipo: gimnasia, entrenamientos varios, baile, yoga, meditación, terapias…
  • Videollamadas con tu familia, tu trabajo, tu cuadrilla, tus primos…
  • Convocatorias de aplausos, discotecas de patio, nuevos grupos de whatsapp, telegram…
  • Sin olvidar las redes sociales o los medios de comunicación que por supuesto están en ebullición.

Y todo esto está muy bien, por supuesto que sí, todo tiene cabida y además es maravilloso ver como las personas intentamos poner al servicio lo que creemos puede ayudar a otros en estos momentos difíciles, o como seguimos en contacto virtual con nuestros allegados tratando de dar un punto de normalidad a la anormalidad. Dedicarnos también a aquellas faenas que teníamos aparcadas en casa, limpiar, sacar… tienen ese componente purificador para abrirnos a lo nuevo.

La reflexión que me ha surgido hoy es: ¿estamos yéndonos de nuevo a la hiperactividad, casera o virtual como escape?

Venimos de unas vidas ajetreadas, de correr a todo, de no tener tiempo para nosotros y esta parece una buena oportunidad para parar. Venimos de una vida de buscar fuera, de prisas en pos del éxito, dinero, poder, títulos… en la que el hacer prima sobre el ser y esta parece una buena alternativa para cambiar la mirada hacia el interior.

¿Seremos capaces de aprovecharla?

Dejar de hacer no siempre es fácil cuando se viene de donde se viene. Va también con tipos de personalidad, pero vivimos en una hiperactividad general incompatible con parar. Quietud, silencio, no hacer nada… no siempre es fácil, la tendencia es a buscar pasa-tiempos.

Con mi grupo de amigas hemos llamado al confinamiento retiro y a mi modo de ver realmente tiene un matiz mucho más agradable. Un retiro es una oportunidad de parar, de mirar hacia dentro, de vivir una experiencia diferente, de acoger con amabilidad todo lo surja, aunque a veces sean pensamientos o sentimientos desagradables, y en última instancia expandir nuestra consciencia.

Es humano enfadarnos, querer que acabe, buscar culpables, entristecernos, tener miedo, aburrirnos… ir al pasado que teníamos o inventar el futuro que nos espera. El aprendizaje viene cuando reconocemos todo eso, lo observamos y dejamos de identificarnos con pensamientos, sensaciones o emociones, para tomar consciencia de que somos mucho más, de que tenemos opciones para vivir estos momentos desde la mente hiperactiva o desde el ser que observa, de que podemos confrontar y rechazar una realidad que ya está aquí, o fluir con ella para ver que es lo que trae para mí, para Comprender con mayúsculas.

De esta situación, como de cualquier crisis:

  • Podremos salir reforzados a pesar del desgaste, del cansancio o de lo difícil de la experiencia que nos esté tocando vivir, cuando sacamos partido de la adversidad.
  • Podremos conocernos, buscar nuestro propósito, redefinir nuestras prioridades.
  • Podemos buscar el para qué, o quedarnos atrapados en el porqué, o en como tenían que haber sido las cosas.
  • Podemos remar en la misma dirección para entre todos llegar a buen puerto, o limitarnos a criticar, juzgar, culpabilizar y jugar al “después de visto todo el mundo es listo”.
  • Podremos crecer hacia una mayor bondad, solidaridad y compasión hacia nosotros mismos y hacia los demás.
  • Podemos mirar hacia adentro para conectar con lo que de verdad quiero para mi vida o seguir en el sobre-ocuparme y correr sin saber muy bien hacia donde voy.

La oferta está ahí, aprovechemos lo que creamos que va con nosotros en este momento, pero tratemos de no perdernos en el hacer inconsciente, ese capítulo lo tenemos muy trabajado ya.  Que este respiro que estamos dando al planeta, sea también un respiro para todos los que estamos en casa, sea una oportunidad de cuidarnos, de descansar, de querernos, de mirarnos y conocernos para que a la vuelta seamos un poquito más conscientes y estemos preparados para hacer del mundo un lugar mejor.

Tómate una pausa …

 

 

O corro… o me drogo

«…abrir las puertas quitar los cerrojos, abandonar las murallas que te protegieron. Vivir la vida y aceptar el reto, recuperar la risa, ensayar el canto, bajar la guardia y extender las manos, desplegar las alas e intentar de nuevo, celebrar la vida y retomar los cielos. No te rindas por favor no cedas, aunque el frío queme, aunque el miedo muerda, aunque el sol se ponga y se calle el viento, aún hay fuego en tu alma, aún hay vida en tus sueños, porque cada día es un comienzo, porque esta es la hora y el mejor momento, porque no estás sola, porque yo te quiero». Mario Benedetti

«O corro… o me drogo». Frase real, oída hace unos días y con una buena carga de ironía… y de verdad. Los humanos tenemos la capacidad de hacernos adictos casi a cualquier cosa.  Normalmente cuando hablamos de adicciones inmediatamente nos vienen a la cabeza sustancias ilegales como cocaína, pastillas varias o marihuana, legales como tabaco y alcohol, pero también juego, apuestas, sexo, etc.

Hay otra categoría que nos parece un poco menos traumática pero que en el fondo sabemos que supone un problema cuando su consumo se convierte en obsesivo: comer, videojuegos, compras, redes sociales, el trabajo,  la imagen, las relaciones tóxicas…

Luego están las adicciones “mejor vistas” como correr en exceso o practicar deportes extremos, leer o ver series a todas horas, estar constantemente con gente o  conectados tecnológicamente las 24 horas… por no hablar de nuestras adicciones más intangibles: a creencias, al éxito, estatus o prestigio, al deber, a la seguridad, al poder, al control, al dinero, a mantener una identidad X, a los dulces, al pasado, al futuro…  Y ¡cuidado!, que todo puede ser parte de una vida agradable y normal… siempre y cuando no se conviertan en una vía de escape de la que no podemos prescindir.

Quizás todos podemos vernos en alguna… si miramos con ojos profundos. Podemos justificarlo, o decir que lo podemos dejar cuando queramos, o en muchas ocasiones ni siquiera las tenemos identificadas porque no nos parecen para tanto. No solemos hacernos adictos conscientemente. Son conductas que por un motivo u otro se van convirtiendo en hábito hasta que sin ellas no estamos bien, o en el peor de los cosas las necesitamos para funcionar.  A veces el motivo es que son agradables en el corto plazo, otras veces es por probar, sentirse parte del grupo, fluir con lo socialmente esperado, experimentar sensaciones que nos saquen de la rutina, o un simple modo de huir de un ahora que nos causa desasosiego.

Puede haber explicaciones genéticas o predisposición biológica, infancias con maltrato o carencias y muchísimas más. No es un tema de quién tiene la culpa, nadie ni nada la tiene, la cuestión es darles luz para deshacer el hilo que nos une a ellas.

El cigarro, la copa, la tele, lo que sea que me hace sentir bien por unos instantes, olvidarme de mis problemas, de mis fantasmas internos, del malestar, del miedo, de la tristeza, de las cargas que llevo en mi mochila… Se trata de dar luz a todo aquello que me hace sentir por un instante que se alivia ese vacío interior… Porque lamentablemente es engañoso y efímero… No hay sustancia, ni objeto, que pueda llenar ese “vacío” interior, no hay manera de llenarlo desde fuera.  Enseguida necesitaremos un nueva “dosis” o una nueva experiencia que pueda suavizar el dolor de enfrentarnos al malestar.

Si en última instancia lo que busco es la liberación del sufrimiento, aunque deje de fumar o beber, si no conecto con la causa profunda de ese malestar, buscaré una nueva manera de huir, quizás esta vez elija algo menos tóxico, pero seguirá sin darme lo que de verdad necesito. No es algo consciente, simplemente es una especie de ansia, de sensación desagradable que tratamos de apaciguar como mejor podemos.

Una adicción en el fondo tiene mucho que ver con buscar fuera, con creer que hay algo o alguien que necesito para completar ese vacío. Si cambiamos la mirada y dejamos de ver esos objetos de deseo como necesarios, si les despojamos de poder y ponemos el foco dentro de nosotros, si dejamos de creernos lo que la mente dice sobre lo que nos falta y ponemos la atención en el momento presente, en nuestra respiración, en las sensaciones o emociones, podremos darnos cuenta de que podemos abrazar ese malestar, ese ansia de búsqueda y dejarlo simplemente estar, sin querer que sea diferente, sin huir, pero también sin reprimir, dejando que surja lo que sea que tiene que surgir y convivir con ello con amabilidad hasta que nos demos cuenta de que ya estamos completos.

Meditar es una manera de entrenar esta capacidad de dejar de buscar fuera, de dejar de huir, de convivir con lo que haya… y tiene que ver con:

  • Quedarse frente a las cosas tal y como son, frente a emociones que rechazamos, a sensaciones desagradables de las que huimos o pensamientos  hijitos de unas creencias que se han instalado en nuestro software ejecutándose muchas veces en segundo plano.
  • Experimentar el malestar y dejarlo estar, sin escapar, sin anestesiarlo, aceptando el momento con lo que sea que esté trayendo.
  • Darse cuenta de que puedo dejar de querer liberarme del malestar y de que puedo convivir con él, puedo permitirlo y trascenderlo.
  • Aceptar, no hacer, no esperar nada, no juzgar, no luchar, tener paciencia y confianza para conectar con lo que soy.

Y este entrenamiento me ayudará a romper con la esclavitud de la dependencia, a descubrir la libertad de poder elegir mis respuestas, observando como mis adicciones dejan de tener poder.

Para profundizar:

Trobe, T. (2016) De la codependencia a la libertad. Cara a cara con el miedo. Madrid: Gaia Ediciones.

Foster, J. (2012) La más profunda aceptación. Málaga: Editorial Sirio

Desintegrando el sufrimiento

Imagénes: Toya Pérez y María Fariñas. Modelo: Adriana Fariñas.

El sufrimiento es necesario hasta que te das cuenta de que es innecesario. Eckhart Tolle

El sufrimiento acompaña al ser humano desde el origen de los tiempos. La actualidad no es demasiado diferente. Nos creemos más evolucionados, más tecnológicos, más todo, pero seguimos sufriendo.  Somos seres vulnerables y el dolor y la muerte asoman por doquier.  Los índices de suicidios son alarmantes y el consumo de psicofármacos bate records. Nuestros cerebros diseñados para sobrevivir no dan abasto con la cantidad de peligros, injusticias y desastres que ven y cuando vivimos en la identificación con la mente es muy probable que nos demos un plus de sufrimiento.

Dolor no es igual a sufrimiento. El dolor tiene una función, pero el sufrimiento es inútil… salvo que nos ayuda a despertar y nos hace darnos cuenta de que es innecesario. El dolor nos señala donde mirar, el sufrimiento nos enreda en un dolor. Tanto si tengo daño físico o emocional dolerá, lo que a ese dolor añada mi mente será sufrimiento. Proviene de un funcionamiento mental de rechazo continuo a lo desagradable, a la aversión de todo lo que no es como debería ser según mis patrones mentales y consiste en “echar leña al fuego”, culpando, atacando, criticando, victimizando…

Las formas infructuosas de querer desprenderse del sufrimiento son múltiples: desde la narcotización con sustancias varias o el escapismo emocional, hasta la lucha sin descanso contra todo lo que no encaje con mi ideal de realidad, lucha que además de infructuosa, nos desgasta y enfada, sumiéndonos en un pozo de insatisfacción profundo y continuo.

Y ese patrón o esquema mental, ese ideal de realidad, tiene mucho que ver con el piloto automático, con creer que somos el pensador, en resumen, con vivir identificados con el ego. El ego siempre cree tener razón, siempre cree saber lo que conviene, pero cuenta con una buena cantidad de creencias que filtran lo que ocurre, pensamientos repetitivos y emociones condicionantes que se acumulan en relación y como respuesta a todo lo que hemos vivido e interpretado.  Y como además en un mundo hiperconectado es fácil encontrar apoyo en otros egos, se alimenta la sensación de “tener razón”.

Cuando nos proponemos hacer consciente este contenido mental, es cuando comenzamos a desmontar el sufrimiento que acompaña a lo que sucede.  El dolor, por mucho que intentemos evitarlo, es nuestro compañero de viaje, surge en inesperadas formas y situaciones y nuestra actitud ante el mismo nos permitirá afrontarlo de mejor o peor manera.

En el momento que se llega a un punto de saturación de sufrimiento, cuando se desvanece la infantil ilusión de control de la existencia, cuando asoma la vulnerabilidad y la dependencia humana, aparecen nuevas posibilidades para vivir la vida y enfrentarse al dolor desde otra perspectiva:

  • Liberándonos de la identificación con el ego, con ese yo construido, fuente de sufrimiento añadido que juzga, critica y etiqueta lo bueno y lo malo. Tomar distancia de esa voz y saber que no somos esa voz, sino la presencia que la observa, implicará liberarnos también de la identificación con el dolor: tenemos dolor, pero no somos ese dolor.
  • Aceptando lo que nos hace sufrir,  sin negar el problema, pero sin enfadarnos con la realidad, porque la realidad ya está aquí y no va a ser diferente por mucho que nos resistamos. Aceptar no es resignarse, ni ser pasivo, ni admitir que algo es justo, o que alguien tiene razón… aceptar es madurar, es sabiduría que permite ver en profundidad. Dice el refrán “a lo que te resistes, persiste”,  y la resistencia genera sufrimiento extra.  Para aceptar será necesario sostener y atravesar la negación, la ira, la tristeza o la incertidumbre… todo lo que aparezca en el camino hacia el reconocimiento de lo que hay.
  • Alinearnos con el momento presente. Pretender cambiar el pasado o adivinar el futuro no dejan de ser quimeras que además de hacernos sufrir nos ayudan a perdernos la vida.

El dolor nos humaniza, nos moviliza, nos obliga a despojarnos de nuestras máscaras y a buscar nuestra verdadera identidad. Nos despierta, nos transforma, nos hace más sabios si sabemos ver que no somos lo que percibimos, pensamos o sentimos, que no somos nada de lo que podemos observar, sino lo que observa. Y que aunque nos afecte y pongamos los medios para gestionarlo, cuando lo vivimos desde la atención, desde la no identificación, desintegramos el sufrimiento añadido.

Para saber más:

Escalera, M.J. (2017) Expansión de conciencia. Madrid: Senda de Luz

Foster, J. (2016) La más profunda aceptación. Málaga: Editorial Sirio

Martínez Lozano, E. (2009) Vivir lo que somos. Bilbao: Desclée de Brouwer

Martínez Lozano, E. (2013) Crisis, crecimiento y despertar. Bilbao: Desclée de Brouwer

Tolle, E. (2003) El silencio habla. Madrid: Gaia

 

Mañana sol y buen tiempo… o a lo mejor no

  • ¡Vaya tiempecito! ¿Eh?
  • ¡Ya vale con la lluvia! ¿No?
  • ¡Qué horror de tiempo!
  • ¡A ver si empezamos a ver el sol!
  • ¡Vaya frío! ¡Qué asco! …

A los que vivimos por estas latitudes norteñas nos suenan estas frases seguro… Y es que la meteorología da mucho que hablar todo el año, y no solo en el ascensor.  Cuando hace mucho frío, porque lo hace, si no hace suficiente, porque no está haciendo invierno. Cuando consideramos que ya tiene que brillar el sol, porque no brilla, y si lo hace en demasía también proferiremos alguna queja de que «¡qué calor! ¡Así no se puede dormir!».. Nos gusta el verde, pero el precio que hay que pagar por él no tanto. Es muy gracioso cuando se oye: “ya vale ¿no?”, es decir, “a ver, que ya está bien, que tengo razones y derecho a decirlo que ¡ya vale de mal tiempo!”… o de sol, calor, lluvia, frío, etc.

Lo de que nunca llueve a gusto de todos es una frase muy cierta.  Ya lo dice la Mari en Maeztu: “Cuando yo quería que lloviera porque hacía falta en la huerta, Hilari no quería porque iba a hacer un tejado”. Menos mal que hace lo que quiere ¿verdad? Lo que no quita para que si nuestras expectativas son unas y hace lo otro, tendremos razones “justificadas” para quejarnos o estar enfadados.

Y esto ocurre no solo con el tiempo…, sino con casi todo lo demás.  Si nuestro día no transcurre como esperamos, si ocurre algo inesperado que perturba nuestra vida, si nuestros hijos no sacan las notas que queremos, no visten como nos gustaría o no son como -según nuestros esquemas mentales- deberían ser… Si en el trabajo no nos consideran, pagan o atienden como queremos, si nuestras parejas, padres, vecinos no piensan, sienten y actúan como esperamos, y mil un ejemplos más, nos perturbamos. A veces no tiene que ocurrir nada… en ocasiones vivimos en una especie de posesión por el pitufo gruñón y necesitamos un exorcismo para salir del ladrido.

Y es que cuando vivimos en la inconsciencia, identificados con el personaje, nos podemos perturbar por casi todo.  Y será fácil también que echemos la culpa de nuestro malestar a todo lo externo.  El trabajo, el jefe, el hijo, la pareja, la vecina, el tiempo, el gobierno o las finanzas, cualquier motivo es bueno para mosquearse. Tener a alguien a quien echarle la culpa de lo que nos ocurre nos parece que alivia la desazón, pero depender de lo externo para estar bien es un poco triste, ¿no crees?

Continuamente van a estar sucediendo cosas, cambiando el tiempo o apareciendo nuevas preocupaciones que nos generarán emociones diversas, que podremos observar, gestionar, respirar y dejar ir cuando sea el momento, porque lo mismo que las cosas vienen se van.  Yo cuando me observo en ese malestar interno que a veces no se sabe ni de dónde viene, me hago la pregunta de Gerardo Schmedling: ¿Qué es lo que no estás aceptando? Es decir, ¿qué quieres que sea diferente?, ¿tu familia?, ¿tu pareja?, ¿tu trabajo?, ¿el sistema socio-económico mundial?, ¿el clima?, ¿el presidente de los Estados Unidos?…

Y la siguiente cuestión es: ¿y qué se yo que es lo mejor? ¿Lo mejor para quién? ¿No recuerdas aquello que al principio fue un mazazo y que con posterioridad trajo lo otro que fue maravilloso? No se trata de no sentir dolor cuando algo no va bien, o de hacer escapismo emocional.  Se trata de observar, tomar distancia, desidentificarnos de nuestro ego y respirar, soltar, sentir, vivir… para aceptar lo que sea que viene sin añadir sufrimiento adicional. Se trata de mirar nuestras expectativas con nuevos ojos: ¿de verdad tienen que ser de una determinada manera las cosas? o dicho de otro modo: ¿por qué tiene que hacer el tiempo que a mí me gusta, apetece o conviene?

La aceptación no es resignación, no es estar de acuerdo, no es evasión…,  es esa capacidad de no creerte más lista que la vida, comprender que resistirse a lo que es desgasta, hace sufrir y consume una energía muy valiosa, que seguro que necesitamos para lo que sí se puede cambiar, como por ejemplo la manera en la que nos enfrentamos a los acontecimientos.

Entonces… independientemente de lo que haga fuera ¿qué tiempo hace en ti hoy?  Espero que un día muy luminoso 🙂

Llamando a torre de control…

Imagénes: Toya Pérez

El mundo no se puede comprender, pero se puede abrazar…  Martin Buber

No resulta fácil explicar con palabras lo que Enrique Martínez Lozano transmite en sus encuentros.  Quizás la palabra sea Paz, con mayúsculas, pero también humildad, amor, seguridad, sabiduría…

El pasado día 11 de abril, nos invitó a conectar con nuestro niño interior.  En ocasiones no somos conscientes de pequeñas o grandes heridas no cerradas, de cuestiones atascadas en la infancia que se manifiestan en nuestro presente en forma de sufrimiento, de conflicto repetitivo, de reacciones desproporcionadas, malestares…  Quizás no siempre nos sentimos valiosos, o a veces no supimos manejar ciertas emociones y se quedaron atrapadas en algún lugar de ese iceberg sumergido que es nuestro subconsciente.  Miedo, soledad, rechazo, culpa, inseguridad… gritan en la vida adulta pero surgen del niño que fuimos.

A través de la práctica meditativa podemos conectar con esos malestares, bien sean físicos o emocionales, tomar distancia, poner nuestra atención en ellos, permitiendo su presencia, relajando la tensión que producen y siendo compasivos con ellos, amándolos de la misma manera que amaríamos a una persona querida que estuviera pasando por ese dolor.  La neurociencia hoy ha demostrado que estos gestos son poderosos, que producen cambios en nuestros circuitos neuronales y en nuestra química cerebral.

El dolor nos endurece, nos tensa, es un mecanismo de defensa para protegernos, pero la propia tensión incrementa la sensación de dolor. La relajación es una herramienta muy importante que solemos practicar al principio de cada clase porque nos prepara para la meditación, nos ayuda a salir del hacer, del control, de la tensión que el día a día nos regala en forma de prisas, de un sinfín de tareas, exigencias –propias y ajenas-, perfeccionismos y “deberías” que a veces nos llevan a una vida sin vida.

Si ponemos un poco de atención a nuestro alrededor nos damos cuenta del sufrimiento que genera esta excesiva búsqueda de control, sobre todo si hemos estado atrapados por sus tentáculos durante mucho tiempo.  Control ilusorio, por otra parte, puesto que la realidad sigue su camino de manera inexorable y no aceptarlo es hacerle la guerra, es pretender cambiar lo que no se puede cambiar, negando el momento presente. Como el pasado jueves, cuando  Fernando me trajo a casa en moto después de yoga y me decía: «Tú relájate y déjate llevar, fluye con el movimiento, confía…». Sí, sí, confía,  enseguida percibes cómo en cada curva te tensas e intentas ¿frenar?¿conducir?

Esa ansia de control, de seguridad, de querer que las cosas sean de una manera determinada, forma parte de nuestro personaje construido, surgen de ese niño interior herido que se coloca una careta con lo que cree que le falta. El control nos da una falsa sensación de seguridad, nos ayuda a mantener una imagen, creemos que nos evita sufrimiento, y es al revés.  Consideramos intolerable la incertidumbre, la impotencia, la incapacidad de controlar o la falta de seguridad y actuamos para aliviarlos, para escapar de ellos, cuando precisamente la solución está en:

  • No huir,  no resistirnos a esos sentimientos
  • Aceptar ese miedo, ese dolor, esa ansiedad
  • Darnos cuenta de que la vida no siempre se ajusta a nuestros planes
  • Percibir que la realidad manda y que nosotros no tenemos el control
  • Ver las cosas como son, no como queremos que sean

Sin olvidar que aceptar no es claudicar, ni rendirse, ni mucho menos resignarse, ni estar de acuerdo, no es pasividad, ni desapego… es alinearnos con la realidad, sean nubes, olas, tormentas, luz u oscuridad.

Para profundizar:

Foster, J. (2012) La más profunda aceptación. Despertar radical en la vida ordinaria. Málaga: Editorial Sirio.