Foto: Toya Pérez
[…] Para ser plenamente personales tenemos que ser plenamente impersonales. […] Es dejar de otorgar un valor absoluto a lo que llamamos “mi cuerpo, mis pensamientos, mis emociones, mis acciones, mi vida, mi persona…”; comprender lo ridícula y miope que es nuestra tendencia a hacer que el mundo orbite en torno a nuestro limitado argumento vital –el definido por nuestro yo superficial-. Mónica Cavallé.
Hay semanas especialmente intensas y esta ha sido una de ellas.
Comenzó con el regalo de poder compartir diálogo y meditación con Enrique Martínez Lozano. Enrique es de esas personas cuya presencia inspira, contagia, invita a vivir lo que somos, a resolver el enigma de quiénes somos. Enrique nos enseña a interpretar el malestar, a darnos cuenta de que es la señal de estar en la mente, de que, a pesar de ser un instrumento maravilloso, si nos identificamos con ella, nos atrapa y nos limita: “La mente forzosamente tiene que delimitar, separar y objetivar, llegando a conclusiones que, además de estar radicalmente condicionadas por los supuestos previos de donde parte, no podrán nunca reflejar directamente la verdad de lo que es, sino únicamente la interpretación que la propia mente hace de ello”.
La meditación formal es entrenamiento, pero se entrena para jugar el partido, se medita para jugar la vida, nuestro «partido» diario. Acallar la mente nos da la destreza necesaria para acoger con humildad el estado de consciencia más allá del estado mental, humildad ausente en parte del mundo académico y religioso más “ilustrado”, como reconoce Enrique en su último libro “La dicha de Ser”.
La semana continuó pudiendo escuchar a Begoña Ibarrola hablar sobre inteligencia emocional y espiritual. Durante muchos años, hemos cometido el error de abandonar la inteligencia emocional (interpersonal e intrapersonal), y de relegar a un segundo plano la inteligencia musical, corporal-cinestésica o naturalista, centrándonos únicamente en unas inteligencias lógico-matemática y lingüística limitadas, conduciendo al fracaso a los que se consideraba no llegaban a unos estándares construidos, e ignorando impresionantes talentos y fortalezas en otras áreas.
Muy poco a poco, las inteligencias múltiples de Howard Gardner van tomando peso, pero ahora podemos cometer el mismo error e ignorar la inteligencia espiritual. Las creencias y juicios arraigados sobre religión no ayudan, pero es responsabilidad de cada uno superarlos o seguir atrapados en el reduccionismo obstinado, que a fin de cuentas limita nuestro crecimiento y evolución.
La inteligencia espiritual nos permite entender el mundo, a los demás y a nosotros mismos desde una perspectiva más profunda y más llena de sentido, nos ayuda a trascender el sufrimiento.
¿Vamos a seguir ignorándola?
Cavallé, M. (2006). La sabiduría recobrada. Filosofía como terapia. Barcelona: Kairós.
Martínez Lozano, E. (2016) La dicha del ser. No-dualidad y vida cotidiana. Bilbao: Desclée de Brouwer