Imagénes: Toya Pérez
El mundo no se puede comprender, pero se puede abrazar… Martin Buber
No resulta fácil explicar con palabras lo que Enrique Martínez Lozano transmite en sus encuentros. Quizás la palabra sea Paz, con mayúsculas, pero también humildad, amor, seguridad, sabiduría…
El pasado día 11 de abril, nos invitó a conectar con nuestro niño interior. En ocasiones no somos conscientes de pequeñas o grandes heridas no cerradas, de cuestiones atascadas en la infancia que se manifiestan en nuestro presente en forma de sufrimiento, de conflicto repetitivo, de reacciones desproporcionadas, malestares… Quizás no siempre nos sentimos valiosos, o a veces no supimos manejar ciertas emociones y se quedaron atrapadas en algún lugar de ese iceberg sumergido que es nuestro subconsciente. Miedo, soledad, rechazo, culpa, inseguridad… gritan en la vida adulta pero surgen del niño que fuimos.
A través de la práctica meditativa podemos conectar con esos malestares, bien sean físicos o emocionales, tomar distancia, poner nuestra atención en ellos, permitiendo su presencia, relajando la tensión que producen y siendo compasivos con ellos, amándolos de la misma manera que amaríamos a una persona querida que estuviera pasando por ese dolor. La neurociencia hoy ha demostrado que estos gestos son poderosos, que producen cambios en nuestros circuitos neuronales y en nuestra química cerebral.
El dolor nos endurece, nos tensa, es un mecanismo de defensa para protegernos, pero la propia tensión incrementa la sensación de dolor. La relajación es una herramienta muy importante que solemos practicar al principio de cada clase porque nos prepara para la meditación, nos ayuda a salir del hacer, del control, de la tensión que el día a día nos regala en forma de prisas, de un sinfín de tareas, exigencias –propias y ajenas-, perfeccionismos y “deberías” que a veces nos llevan a una vida sin vida.
Si ponemos un poco de atención a nuestro alrededor nos damos cuenta del sufrimiento que genera esta excesiva búsqueda de control, sobre todo si hemos estado atrapados por sus tentáculos durante mucho tiempo. Control ilusorio, por otra parte, puesto que la realidad sigue su camino de manera inexorable y no aceptarlo es hacerle la guerra, es pretender cambiar lo que no se puede cambiar, negando el momento presente. Como el pasado jueves, cuando Fernando me trajo a casa en moto después de yoga y me decía: «Tú relájate y déjate llevar, fluye con el movimiento, confía…». Sí, sí, confía, enseguida percibes cómo en cada curva te tensas e intentas ¿frenar?¿conducir?
Esa ansia de control, de seguridad, de querer que las cosas sean de una manera determinada, forma parte de nuestro personaje construido, surgen de ese niño interior herido que se coloca una careta con lo que cree que le falta. El control nos da una falsa sensación de seguridad, nos ayuda a mantener una imagen, creemos que nos evita sufrimiento, y es al revés. Consideramos intolerable la incertidumbre, la impotencia, la incapacidad de controlar o la falta de seguridad y actuamos para aliviarlos, para escapar de ellos, cuando precisamente la solución está en:
- No huir, no resistirnos a esos sentimientos
- Aceptar ese miedo, ese dolor, esa ansiedad
- Darnos cuenta de que la vida no siempre se ajusta a nuestros planes
- Percibir que la realidad manda y que nosotros no tenemos el control
- Ver las cosas como son, no como queremos que sean
Sin olvidar que aceptar no es claudicar, ni rendirse, ni mucho menos resignarse, ni estar de acuerdo, no es pasividad, ni desapego… es alinearnos con la realidad, sean nubes, olas, tormentas, luz u oscuridad.
Para profundizar:
Foster, J. (2012) La más profunda aceptación. Despertar radical en la vida ordinaria. Málaga: Editorial Sirio.