Un ratito con el Dr. Juan Carlos Vicente Pardo

Hoy traigo esta pequeña entrevista con otro maestro de vida, el Dr. Juan Carlos Vicente Pardo,  el médico que más me ha enseñado sobre la relación mente-cuerpo y su influencia en el dolor crónico. 

Hace años que coincidí con Juan Carlos en la esterilla de yoga y compartimos muchas horas de meditación con Ramiro de maestro. Además, gracias a él conocí la medicina cuerpo-mente, la PNEI (psicoendocrinoinmunología), y me acercó a la meditación vipassana, una de las experiencias más impactantes de mi vida. Hoy os acerco un cachito de su vida: cómo llegó a la medicina y sobre todo, como fue su comprensión de que no somos solo un cuerpo físico… Aquí va:

¿El médico nace o se hace?

Nací en una familia de médicos qué vivían la medicina con gran entusiasmo  y que se acercaban para tratar a las personas no solo desde el punto de vista profesional, sino también humano. Mi infancia estuvo rodeada, impregnada de medicina por todas partes, por lo que no es extraño que naciese en mí la vocación  de realizarme en ese campo y desde bien pequeño quería ser médico, médico cercano que se compromete y ayuda en todo lo que puede a sus pacientes.

Un poco como el médico de pueblo, que conoce a fondo al paciente y su familia ¿no?

Exactamente. Me vienen de hecho a la cabeza las imágenes de mi padre y de mis tíos médicos trabajando de médicos de pueblo, dónde se apreciaba el calor humano hacia los pacientes vecinos y el cariño que ellos les devolvían.  Siempre pensé, y sigo pensando después de 37 años de ejercicio profesional, que sin esto las terapias aplicadas no tienen tanto éxito e incluso, como sabemos por neurociencia hoy en día, pueden llevar al fracaso si no hay una confianza mutua donde las dos partes estén implicadas, si no hay una relación médico paciente satisfactoria y una capacidad de explicación, de entendimiento,  así como una buena labor de pedagogía.

Suena muy bien… pero en la práctica no siempre es así.

La pena es que en la carrera  solo te enseñan a tratar con la parte física, nada con la parte humana, ni la parte mental y por supuesto, ni de asomo, con la espiritual.

En tu caso hubo una gran inquietud por ir más allá de esa parte física de la Universidad. ¿De dónde crees que te vino esta búsqueda?

Desde que empecé a ser médico me metí en una carrera frenética por aprender de los mejores profesores y como me gustaba el mundo del aparato locomotor fui a hospitales universitarios en París, Londres, Alemania, Estados Unidos, etc, a aprender con los mejores catedráticos en sus diferentes modalidades, las técnicas de medicina manual, de la osteopatía, la proloterapia, la neuralterapia, etcétera.

Buscaba solución a los problemas y dolencias de las personas que acudían a mi consulta, por supuesto desde ese punto de vista físico, pero siempre hubo algo dentro de mí que no sabía exactamente qué era o cómo buscarlo, pero que intuía  tenía que ver con un componente emocional-mental y que me ayudaría a interpretar y ver todo desde un punto de vista más global.

Fue entonces cuando empecé  a interesarme por el cerebro, desde un punto de vista dinámico y funcional y de ahí di el salto hacia la mente y su increíble programa funcionante. Hice cursos y estudié con expertos tan importantes hoy en día como Bruce Lipton, padre de la psiconeuroinmunología, Joe Dispenza difusor del poder de la mente, Amit Goswami creador de la medicina cuántica,  Lorimer Moseley gran pedagogo del dolor crónico y de su relación con la circuitería neurológica…

Además, hice un Máster en la universidad sobre neurociencia, inteligencia emocional y coaching de la salud, y todo ello me ayudó a comprender aún más la conexión entre lo físico y lo mental. En cualquier caso,  el verdadero cambio de paradigma en la forma de ver los problemas de salud fue cuando conocí al Dr. John Sarno en el hospital Langon de Nueva York. John Sarno, padre de la medicina mente cuerpo, me enseñó como y porqué no podemos separar el cuerpo de la mente, integrando desde entonces aquello que llevaba intuyendo desde hacía tiempo y que corroboraba su forma de trabajar desde hacía más de 40 años en su servicio de rehabilitación.  En ese momento entendí el dicho médico de los grandes sabios de la medicina qué dice “no me importa qué tipo de enfermedad tiene el paciente, sino qué tipo de paciente tiene esa enfermedad.”

Qué interesante. Ahí es donde entran en juego otras variables más allá de la dolencia física entiendo.

Exactamente. Y es que cada persona tiene un bagaje en su vida donde influyen una infinidad de variables como sus creencias, aprendidas la mayoría antes de los 6 años, su vida infantil y juvenil, sus rasgos de personalidad, sus pensamientos, su comportamiento, sus percepciones, sus emociones reprimidas, especialmente la rabia y la ira, etc.

A lo que hay que sumar los factores estresantes diarios tan determinantes hoy en día con ritmos de vida ajetreados, sobre-información, problemas familiares y laborales, falta de tiempo para calmar la mente, etc.

Además de médico, eres meditador experimentado. ¿Ha influido en esa búsqueda esta faceta?

Sí, la meditación sería la segunda afición más importante en mi vida, así como el yoga, y aunque llevaba años practicando no veía su relación con la medicina hasta que estas dos líneas, paralelas en un principio, se fueron juntando fusionándose en una sola para indicarme el camino hacia como integrar la salud desde el punto de vista físico y mental.

Innumerables estudios realizados en Harvard, y posteriormente en otras prestigiosas universidades, lo corroboran a través de estudios sofisticados cómo son las resonancias magnéticas dinámicas. Precisamente fue un curso retiro de meditación Vipassana con 10 horas de meditación diaria con el maestro Goenka, algo muy duro pero gratificante a la postre, lo que supuso un antes y un después en mi percepción de la realidad. En este retiro se me mostró algo que de otra manera difícilmente hubiera encontrado y fue la experimentación de un plano mental, no físico no corporal, quizá espiritual, de aquellos conceptos que llevaba más de 30 años estudiando pero nunca había sentido antes:  ser uno con la totalidad, la vacuidad, la ecuanimidad, sin juicios, sin apego ni aversión y sintiendo la única cosa que en realidad somos qué es el estado del ser, la consciencia.

No podemos entonces olvidarnos de nuestra faceta espiritual para la recuperación de nuestra salud ¿correcto?

En definitiva, lo espiritual sería el tercer escalón, por encima del mental y del físico o corporal para mantener una buena salud. Hace más de 35 años, cuando empecé, creía que él 75% de las dolencias que veía en mi consultorio eran de tipo estructural y un 25 % psicosomático. Hoy estoy más que convencido de qué es todo lo contrario. ¿Qué quiere decir esto?, pues quizá dos cosas:

  • La primera, que la hemos aprendido por la neurociencia y otras disciplinas médicas, sería que la mente ayuda perpetuar, por ejemplo, los patrones del comportamiento neurológico en el dolor crónico, que es lo que más veo en mi consulta.
  • Y la segunda y muy importante, que a lo largo de estos últimos años vivimos cada vez más disociados del equilibrio mente-cuerpo, como lo demuestra el aumento de problemas banales como la insatisfacción, la falta de tranquilidad, la irascibilidad… Así como otros más relevantes como la depresión, la ansiedad, el estrés crónico, el insomnio, la toma de pastillas para llevar una vida más “feliz” y huir del malestar.

¿Qué recomendarías incluir en nuestras vidas para mejorar esta conexión mente-cuerpo-espíritu?

Como decían nuestros antepasados “mens sana in corpore sano”, es decir, deberíamos incorporar a los ya conocidos hábitos saludables de vida, algunas prácticas importantes para este equilibrio, cómo son la meditación, la respiración consciente, vivir un poquito más en el aquí y el ahora tomando consciencia del momento presente, e incorporando prácticas tan maravillosas y potentes como el yoga o el Tai Chi,  además de la realización de ejercicio físico habitualmente, aunque sea un paseo diario de una hora, por ejemplo.

Pues hasta aquí este pequeño acercamiento a Juan Carlos. Por propia experiencia os digo  que no puedo estar más de acuerdo con él, ya que tras muchos años de dolor de espalda, junto a sus tratamientos en consulta,  la respiración, la meditación, el yoga y el autoconocimiento han sido pilares importantísimos para mejorar mi calidad de vida y mi bienestar.  Gracias Juan Carlos por todos estos años de aprendizaje.

En esta foto podéis verlo con John Sarno en su hospital de Nueva York.

Para saber más:

https://drjuancarlosvicente.es/

Un ratito con Ramiro González (Swami Narayananda)

En nuestras vidas hay personas que marcan un antes y un después. De una manera aparentemente “casual” aparecen cuando las necesitas, te transforman y te encaminan en otra dirección. Son esos hitos en el camino vital que solo se hacen perceptibles como tales en la distancia temporal. Hoy comparto esta pequeña entrevista con una de esas personas, Ramiro González (Swami Narayananda), mi maestro de yoga durante los últimos 18 años.

Conocí a Ramiro en el año 2003. A raíz de una crisis personal y varias “causalidades” llegué a Zohargi, el centro donde él daba clase de yoga en esa época. Me apunté aconsejada por Maite, quien, con sus masajes en mi dolorida espalda, supo percibir y mostrarme la falta que me hacía mirar un poco hacia dentro.

Nacido en Astorga (León), Ramiro es el tercero de cuatro hermanos, y prácticamente toda su vida ha estado ligada a la enseñanza —sobre todo, pero no solo— del yoga y la meditación. “No solo” porque es un ser polifacético donde los haya.

Estudió Magisterio, Ingeniería Técnica Electrónica, Psicología, es programador-analista de sistemas y ahora… piloto profesional de drones. Ligado a la comunidad de San Viator desde la adolescencia, su vida no parece ajustarse a un patrón de tiempo habitual, más bien da la sensación de que lleva un par de siglos por aquí debido a tantas y tan diversas habilidades y a tantos lugares a los que ha viajado y en los que ha vivido. Ramiro no es aficionado a hablar de sí mismo o publicitarse en las redes. Es amigo del silencio, de la introspección, de la sencillez y la humildad, de simplemente SER. He tenido la osadía se sacarlo de allí para que lo conozcáis un poquito mejor.

¿Cómo llega un chaval del Astorga de hace 50 años al mundo del yoga y la meditación? ¿Recuerdas algún detalle de la infancia que te acercara al mundo de la interioridad?

Mira, la memoria me flaquea con las fechas, pero recuerdo que cuando los seminaristas salían de paseo yo organizaba a la pandilla para tirarles piedras y que corrieran. Nos hacía gracia y con algo había que divertirse. Cuando tenía creo que alrededor de 8 años, en una de esas aventuras infantiles me caí de la muralla de Astorga y me hice una herida seria en la cabeza. Una señora me atendió y después me fui a jugar al fútbol. Cuando volví a casa les dije que me había golpeado en el campo de fútbol. Mientras mi hermana me llevaba al hospital apareció la señora que me atendió y la “Verdad” salió a la luz. Esta es una gran lección que aprendí.

«Verdad» con mayúsculas

Sí. Me fui dando cuenta de que la Verdad siempre sale a flote y que, por lo tanto, es mejor decir siempre la verdad y evitar futuros malestares. Fue una comprensión profunda que tuve. De mi padre, militar, aprendí la atención y el respeto a la persona. De mi madre, la sencillez.

¿Qué vino después?

Hacia los 16 años, yo ya estaba con los viatores; me dejaron un libro de yoga que me gustó y empecé a practicar por mi cuenta las posturas. Después apareció Swami Brahmananda, que fue mi maestro interior. Lo único que practicaba con él era la meditación y el silencio. Horas y más horas. Aprendí que la sabiduría se trasmite desde el silencio.

Hacia los 20 años comencé a enseñar yoga con un grupo en Arrasate. Al principio con relajación-meditación, que era lo que más dominaba, después algunas posturas… Se empezó a difundir y daba cursos semanales de introducción al yoga; luego también en Vitoria, hasta que poco a poco se fue extendiendo la práctica.

Pasados unos años, estuve con Swami Vishnudevananda en Canadá y me preparé como profesor de yoga. Este es un mundo totalmente diferente. Hay mucho dominio del tener, hacer cosas y yo estaba acostumbrado a trabajar el SER. Al año siguiente, Swami Brahmananda me aceptó como maestro de yoga.

Tuviste un accidente de coche importante con doble fractura de cráneo. ¿Qué aprendizaje te trajo?

Sí, fue muy serio. Estuve un mes prácticamente inconsciente. Según los expertos me venía un año de baja. Un médico que me conocía me quitó los medicamentos que me daban y el dolor me despertó. El aprendizaje fue que, con trabajo personal constante en dos meses, y contra todo pronóstico, estaba haciendo vida normal.

Otro percance serio es una hernia discal que me cogió el nervio ciático y me dejó la pierna izquierda casi inservible. De nuevo, con paciencia, mucha práctica personal —mínimo dos sesiones diarias— y con la ayuda del doctor Juan Carlos Vicente salí adelante. En seis meses estaba recuperado. La hernia había desaparecido.

Saber informática y programar me ha ayudado también a ser constante, minucioso, a dar pasos sucesivos, a no saltarme ninguno. Eso repercutió positivamente en la formación de mi mente.

¿Y cómo encajaba el mundo del yoga en una comunidad religiosa?

El yoga se instaló en mi vida porque de alguna forma favorecía la interioridad y eso es lo que a mí me interesaba. Siempre he estado a gusto retirado y en silencio. Tengo que reconocer que las prácticas religiosas también me ayudaron a crecer y a interiorizar. Posteriormente, aprendes a liberarte de todo. Esto es importante.

Y la práctica se extendió y comenzó la formación de profesores…

Después de Arrasate abrimos Harrera Etxea, un centro en Eskoriatza, donde está hoy la Universidad de Mondragón. Daba clases de yoga y venía mucha gente de todo el valle. También impartía una asignatura optativa de Orientalismo en la Escuela de Magisterio.

Allí empecé a formar a los primeros profesores de yoga. Venían todos los días desde las seis de la tarde hasta las nueve o más, también los fines de semana… Me ayudaban en los trabajos que surgían, practicaban karma yoga al máximo y yo los iba ayudando en su formación y práctica de yoga. Ahora son unos excelentes profesores.

En Vitoria, abrimos el centro Zohargi, que funcionó varios años y ahora estamos en el Centro de Yoga Prema, que es el remate de todos estos años. Surgió de una forma espontánea, sin buscar nada. La Vida me lo presenta y yo acepto el nuevo reto.

¿Qué destacarías en la enseñanza del yoga?

La experiencia con el grupo de profesoras de yoga que surgió cuando estábamos en Barrentasun Etxea fue muy especial, ya que, sin entretenerse en teorías, cada persona se preocupaba de cultivar su propia formación y eso ayudaba a todo el grupo. Se logró un alto nivel de interioridad. Fue otro excelente grupo de profes.

A mí me encanta encontrarme con un grupo que se mete en la práctica y vive la clase. Yo me siento en sintonía con el grupo y con cada persona y eso es algo grandioso. Eso es yoga: vivir en unidad con todo.

Hasta aquí esta pequeña aproximación a Ramiro González (Swami Narayananda).

No puedo sentirme más afortunada y orgullosa de haber estado en sus clases todos estos años, así como de, gracias a él, haberme podido lanzar a estar en el otro lado y enseñar lo que yo he aprendido y que tanto bien me ha hecho. Somos muchísimas las personas que sentimos gran admiración por Ramiro, muchísimas las personas a las que ha ayudado en su caminar, y seguro que todavía habrá otras muchas más. Todavía puede que estudie otra media docena de carreras y… ¡quién sabe!

Gracias, Ramiro, por todos los momentos vividos dentro y fuera de clase, ¡por muchos más!