50

Esta semana he cumplido 50 años. Un año más, nos decimos. Nueva década, pero en el fondo qué más da, nos decimos. Y así es realmente, un simple número que marca lo vivido, pero que a mí me ha servido como excusa para darme cuenta, aun más si cabe, de lo afortunada que soy.

Lo he celebrado con familia, amigas, compañeros de yoga, compañeras de trabajo… y en todas estas reuniones he visto las buenas personas que me rodean, su disponibilidad a acompañarme al monte o a donde haga falta, sus detalles materiales o emocionales, y no puedo por menos que dar las gracias a la vida por tanta fortuna.

Especialmente emocionante la carta de Elena Hernández, -escritora, correctora de textos, amiga de la infancia y del alma-. Una carta llena de amor que no puedo quedarme solo para mí. Aquí la tienes:

Dicen que el todo está compuesto de muchas partes y que en cada parte está contenido el todo.

Pues bien, vayamos con algunas partes. Cojamos, por ejemplo, la alegría, la vitalidad, un brillo en la mirada y una sonrisa amplia, verdadera, que ilumina tanto o más que los ojos. Un resplandor de vida.

Tomemos también una ventana abierta hacia adentro, profunda, donde se encuentra lo más auténtico, la pura esencia, lo sagrado. Un camino interno que se va conociendo y que va llevando, de dentro hacia afuera, a una especie de amanecer en el que la luz se expande, suave y armoniosa, por todo el paisaje.

Tengamos en cuenta otras partes. El aprendizaje, las ganas de saber y conocer más. Una cierta pulsión que induce a seguir caminando y descubriendo nuevas vías, pero que también permite sentarse en una roca, en el margen de un río, para disfrutar de lo caminado, de lo aprendido y llegar a la conclusión, de vez en cuando, de que es suficiente. Al menos por este momento, en el que basta con sentarse a disfrutar de las flores y el cielo. Un instante perfecto, sin búsqueda, sin anhelos.

No nos olvidemos de esto, del descanso pleno. Una parte importante de este collage que refulge con luz propia. El permiso de no hacer nada más que ser y estar sintiendo la propia respiración, el milagro de la vida, aquí y ahora.

Hay muchas otras partes, algunas seguramente no las conozcamos, pero otras sí, son ya muchos años de compartirnos.

El disfrute de una buena comida, los brazos en alto al bailar, un vestido vaporoso y largo de flores, un libro que atrapa, una nueva idea, un proyecto que aflora desde la tierra, un suspiro al contemplar la montaña, una cerveza con la gente querida, el simple acto de respirar, un viaje que activa el latido, regar las plantas, acostarse con el alma tranquila…

El resultado de unir todas estas y otras partes es una mujer que ha cumplido cincuenta años y que sigue transformando su propio puzle para no acostumbrarse a lo sabido y no acostumbrarnos a una misma imagen. Una mujer que se mueve y que se para, que llora y ríe, que baila y medita, que tiene miedo y es valiente, que abraza y da, que recibe y comparte. Una mujer, en fin, que es mi amiga, nuestra amiga, a quien celebro desde lo profundo de mi alma.

Te quiero, Emma.

Por Elena Hernández.

Yo también te quiero Elena. Y a todas las personas que me acompañan en este viaje vital. Gracias.

 

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